Debido a la excesiva depresión de los precios del petróleo, de minerales y materias primas, la crisis económica se manifestó en diversas formas y una de ellas es la disminución de posibilidades de desarrollo, especialmente de las naciones pobres y subdesarrolladas; por otro lado, han disminuido las opciones de empleo y, lógicamente, la posibilidad de alcanzar niveles aceptables de vida para los pobres, también se ha empequeñecido.
Aumentar la producción, por ejemplo del petróleo y del gas, para alcanzar importes similares a los existentes cuando los precios de los carburantes eran altos, es utópico y hasta absurdo, especialmente si se quiere conseguir ingresos que compensen lo perdido y, además, que esos ingresos alcancen para la realización de obras y para la cobertura de presupuestos de vida de los pueblos. La medida sería contraproducente porque implicaría gastar más para procurar bajos ingresos y, sobre todo, ello significaría aumentar costos por el incremento de cantidades de producción.
Los gobiernos de países pobres consideran la necesidad de recurrir a préstamos para cubrir las necesidades; medida totalmente contraproducente porque todo préstamo implica pago de intereses y, muchas veces, de comisiones que, en lo inmediato y mediato, producen inflación e hipotecan más al deudor. Si bien los préstamos permiten cubrir las urgencias de terminar obras de infraestructura y cubrir presupuestos de gastos, todo esto resulta encarecido y, en muchos casos, solo agrava los índices de pobreza.
Las deudas externas que pesan contra los países pobres, conjuntamente déficits arrastrados de varias gestiones, son difíciles de sobrellevar, aparte de crear la costumbre de recurrir a nuevos préstamos que, en sus resultados, son cargas para las futuras generaciones que vivirán hipotecadas por causa de las deudas que, según las circunstancias que vivan, obligarán a contraer nuevas deudas, hecho que agravará las condiciones de pobreza y disminuirá las posibilidades de desarrollo.
En economías serias que viven realidades, se hace un cálculo simple: “si se tiene 100 dólares en un bolsillo, por efecto del propio trabajo, y, por otro lado, se tiene 500 dólares como efecto de préstamos, la situación es que, de todos modos, se debe 400 dólares que hipotecan los próximos esfuerzos que se realicen con el trabajo y la producción”. Un razonamiento que obliga a no “hacerse ilusiones financieras” atenidos al dinero ajeno sino vivir realidades por duras que sean.
Estos argumentos generalmente no son entendidos por autoridades económicas que ganan bien, poseen recursos y trabajo seguro y están alejadas o viven ajenos al diario vivir de una población que generalmente vive de ingresos fijos, como son sueldos y salarios, además, no es compatible con la situación de quienes trabajan por cuenta propia y producen sus ingresos sobre la base de trabajo y sacrificios, al margen de atender el pago de obligaciones salariales y otros beneficios sociales de su personal.
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