Es por demás conocido que las numerosas medidas de política agropecuaria que el régimen actual dictó desde hace diez años no han dado resultado positivo y, en cambio, podrían constituir el fracaso más notable de los esfuerzos para hacer posible que el pueblo boliviano tenga asegurado en los mercados el abastecimiento de alimentos. Los campos reducen paulatinamente la producción, los campesinos migran a las ciudades y el Gobierno se ve obligado a aumentar las importaciones de toda clase de productos necesarios para la canasta familiar.
Puede ser cierto que se tiene buenas intenciones en lo que se refiere a tratar de aumentar la producción agropecuaria, pero los resultados no mejoran las estadísticas en ningún sentido y, en esa forma, se confirma el descenso sostenido de la producción de papa, café, fruta, maíz, trigo, soya, cebada, carnes, etc., productos que, más bien, ingresan al país de contrabando o bien el Gobierno se ve obligado a importar o autorizar su importación para evitar el descontento popular.
En efecto, los proyectos de mejorar la producción agrícola y ganadera han sido numerosos, pero en el momento de la verdad resultan estériles en absoluto. Es más, la práctica señala que dichos planes son fracasos sucesivos. En efecto, se producen grandes “cumbres” para buscar mayor producción, pero nada. También se dicta decretos por docenas y éstos no hacen aumentar la producción “ni en una papa”, como se dice en forma popular. Es más, al contrario, baja la producción.
Hace un año, el Gobierno promovió una Cumbre de la revolución agropecuaria en Tiquipaya, Cochabamba y en ella se discutió el problema y se aprobó diez medidas que fueron elevadas a conocimiento del Poder Ejecutivo que, por su parte, las convirtió en decretos supremos que ofrecían mejorar la producción, noble anhelo que nunca se hizo realidad.
Producto de dicha Cumbre, el Gobierno dictó los siguientes decretos: Evitar la extranjerización y mercantilización de la tierra; Garantías de dotación de tierras a comunidades indígena-originaria-campesina e interculturales; Implementar la superficie de producción mediante un “arrollador” proceso de expansión de la propiedad agrícola; Iniciar procesos de diversificación y transformación del sector agropecuario mediante la apertura de nuevos complejos productivos; Fortificar la lucha contra el contrabando, principal amenaza a la producción nacional; Garantizar el abastecimiento del mercado interno a precio justo y exportación solo de excedentes; Socialización de la ley de avasallamiento, evitando estigmatizar a las organizaciones sociales y conformar una comisión para que impulse la ley de avasallamientos; Ampliación a 50 hectáreas la desforestación; Cinco años para recuperar tierras no cultivadas; Ampliar los cultivos en un millón de hectáreas y alguna más.
Pasados casi dos años de tan codicioso plan, se constata que no se cumplió ni en el menor porcentaje. La producción baja, los precios suben, las importaciones aumentan, la migración a las ciudades se intensifica, los campos se convierten en desiertos (inclusive en el Oriente) y lo único que progresa es la producción de coca y el contrabando, gracias al cual tenemos todavía para comer. En síntesis, la política agraria del Gobierno expresada en los puntos señalados, terminó en un fracaso estrepitoso. Al respecto, entre los campesinos circula el siguiente chiste: ¿En qué se parece la Ley INRA al Vaticano? y la respuesta es que en 20 años ¡produjo cuatro papas!
Cabe, por tanto, preguntar ¿por qué no tienen resultado todas esas medidas? La respuesta es porque no tienen relación con la realidad y, a lo más, o bien se limitan a atender aspectos políticos secundarios o bien a asuntos técnicos que nada tienen que ver con el sector agrario. No está demás indicar que se presta asidua atención a toda clase de temas, pero de ninguna manera a aspectos esenciales como, por ejemplo, la prolongación deliberada del régimen de producción semifeudal mezclado con comunitarismo y esclavismo y el problema de la tierra, ambos de extrema gravedad y si estos no son solucionados, todas las disposiciones técnicas que se dicte y todos los gastos que se haga no tendrán ni el menor éxito y, a lo más, se parecerán a la fábula de la montaña que parió un ratón.
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