Laura Zamarriego Maestre
En 1800 sólo tres ciudades superaban el millón de habitantes: Londres, Pekín y Tokio. Un siglo más tarde serían 16 las urbes con tal densidad de población. Desde entonces, el ritmo de crecimiento ha sido exponencial: 74 ciudades en 1950, 442 en 2010 y 502 en 2015.
De esas 502 aglomeraciones urbanas, 74 superan los 5 millones de habitantes, hay 29 megaciudades -por encima de los 10 millones-, 12 megalópolis -que alcanzan los 20 millones- y una –Tokio- con más de 30 millones. Es decir, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas, porcentaje que, según los pronósticos, puede aumentar hasta el 66% en 2050. Y no precisamente por la multiplicación del número de ciudades, sino porque las ciudades que existen cada vez son más grandes y cada vez albergan más habitantes por kilómetro cuadrado. A pesar de que estas polis concentran más de 3.500 millones de personas, apenas cubren el 5% de la superficie terrestre.
De la casi treintena de megaciudades que hay en la actualidad, 16 están en Asia, cuatro en América Latina, tres en África, otras tres en Europa, y dos en América del Norte. El ranking actual lo lidera Tokio, con 38 millones de habitantes en su área metropolitana, seguida de Nueva Delhi, con 25; Shanghai, con 23; México DF, Sao Paulo y Bombay, con 21; Osaka y Pekín, con 20; y el área de Nueva York-Newark y El Cairo, con 18,5.
Se calcula que unas 200.000 personas migran cada día a una ciudad, aunque no todas alcanzan el destino deseado: a la vez que las ciudades se expanden, crecen los suburbios urbanos. Mil millones de personas (una sexta parte de la población mundial) vive en uno de los 200.000 asentamientos precarios del extrarradio urbano (slums) que existen en el mundo. Más grave aún es el hecho de que, en las tres próximas décadas, este número se duplicará…
Solo en América Latina, la región más urbanizada y desigual del planeta, el 80% de la población vive en ciudades y más de una cuarta parte en villas miseria, como se conoce a los suburbios en países como Argentina. Si bien se estima que más de 3.000 millones de personas accederán a la clase media de aquí a los próximos 25 años.
La explosión demográfica y la incorporación al mercado de todos estos consumidores desemboca en otro debate ineludible: la gestión de los recursos naturales y las materias primas. Limitándonos a la movilidad urbana, por ejemplo, la producción de vehículos actual, unos 90 millones anuales, tendría que elevarse por encima de 100 o 120 millones en la próxima década para satisfacer las necesidades de todos los habitantes.
Este paisaje pone de manifiesto la necesidad de repensar la forma en que se urbaniza el planeta y abordar problemas como la desigualdad o la contaminación. Otro dato: más del 70% de las emisiones de CO2 procede de usos urbanos (15.000 millones de toneladas en 1990, 25.000 millones en 2010 y en 2030 se prevé 36.500 millones).
El informe de Naciones Unidas para la OCDE The emerging middle class in developing countries sostiene que cualquier agenda de planificación urbana que aspire a tener éxito deberá considerar las necesidades de las ciudades de todos los tamaños. Y asegura que una buena gestión puede aportar oportunidades de desarrollo económico para extender los servicios básicos, como la educación y la salud, a un elevado número de personas. Además, según concluye el documento, facilitar servicios como el transporte público, la electricidad o el acceso agua y saneamiento a zonas densamente pobladas es mucho más barato y menos dañino para el medio ambiente que hacerlo en zonas rurales con población muy dispersa.
“La gestión de las áreas urbanas se ha convertido en uno de los retos más importantes del Siglo XXI. El acierto o fracaso que tengamos al impulsar ciudades sostenibles será el factor más importante en el éxito de la agenda de desarrollo post 2015 de la ONU”, asegura John Wilmoth, director de la División de Población de DESA de la ONU. Desde el carsharing, pasando por la proliferación de huertos urbanos, la forma en que estas megaciudades continúen produciendo y consumiendo determinará su sostenibilidad social, ecológica y económica.
La autora es periodista.
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