[Armando Mariaca]

Un ideal: “País más justo, reconciliado y en paz”


El Papa Francisco en México, en visita que duró cinco días, expresó conceptos y criterios enmarcados en el amor a Dios y al prójimo, mostró que el hombre, si se propone, puede alcanzar mejores condiciones de vida; sembró el ideal de crear un país más justo, reconciliado y en paz que puede y debe alcanzar el desarrollo y el progreso que necesita; mostró las múltiples posibilidades de vencer a males como el contrabando, la corrupción, la inseguridad y el logro de mejores condiciones de educación y salud para el pueblo.

Francisco, como Pastor Supremo del catolicismo, se mostró sincero y humilde, comprensivo de la realidad que vive el mundo y, sobre todo, en cada uno de sus pensamientos, palabras y actitudes se sintió compenetrado de las urgencias y necesidades de los pueblos que están a la expectativa de mejores condiciones de vida. Fue categórico y terminante al condenar las guerras, el armamentismo, la desigualdad, la marginalidad y la poca solidaridad entre hombres, pueblos y naciones que, unidos todos, podrían arribar a metas largamente anheladas por la humanidad.

Uno de los obispos, al resumir la visita del Papa, expresó la frase: “Un país más justo, reconciliado y en paz”, mensaje que muestra la urgencia de alcanzar condiciones de paz para todo el pueblo mexicano a través del perdón y la reconciliación con la práctica de virtudes y cualidades que cada habitante alberga en su corazón. La paz, el bien tan anhelado por los pueblos, es obra de las condiciones de vida que precisan alcanzar los hombres, pero para ello haciendo uso de sus virtudes que se hagan valores y principios de unidad, caridad, amor y comprensión entre todos para alcanzar, sólo de esa manera, el bienestar de pueblos y naciones.

Lo expresado bien puede ser aplicado a todo el mundo porque hay urgencia, en todas las naciones de la necesidad de crear condiciones de vida digna, constructiva, unida en la práctica del amor y la solidaridad; lograr que se destierren males como el armamentismo, la discriminación, las enfermedades, el atraso y el subdesarrollo porque la paz significa alcanzar los bienes del amor y la comprensión, el abandono de posiciones belicistas, condenar a males como la afición a las drogas alucinógenas, destruir la tentación permanente de violentar las leyes dañando la economía familiar y del pueblo a través de prácticas ilegales como son el contrabando, la criminalidad, el narcotráfico, la corrupción, las rivalidades entre personas, grupos y naciones. La paz puede ser posible tanto cuanto el hombre abandone las prácticas que hacen al hombre el peor enemigo del hombre. Hará posible la conciliación de intereses para favorecer a los más pobres y necesitados, para otorgarles el cobijo de una buena atención a la salud y educación que sirvan como instrumentos para el progreso personal y familiar.

Que los hombres conformen “un mundo más justo, reconciliado entre sí y en paz” sería un ideal a alcanzar por todos; pero, algo en que se empeñen los que poseen poder político, económico, social, cultural o de cualquier clase. Un mundo que honre a Dios y honre y ame a sus semejantes, un mundo que evite el hedonismo, el materialismo y las situaciones ajenas al bien común; un mundo que, finalmente, destierre la vigencia del armamentismo, la pobreza, las desigualdades; un planeta que cuide la naturaleza y legue a las futuras generaciones condiciones de vida sana, digna y confirmada en la fe en Dios y en las mismas capacidades del ser humano.

Los mensajes papales son, en su correcta interpretación, lábaros que bien pueden guiar el futuro de la humanidad. Lamentablemente, el hombre atenido a su soberbia y petulancia, desoye todo ello y, en muchos casos, hace abstracción de los mensajes bíblicos y evangélicos que son dosis permanentes de vida y muestran caminos seguros de salvación. Los mensajes pueden servir para que los gobiernos, especialmente para los que tienen vocación totalitaria, encaminen siempre sus pasos y quehacer por sendas constructivas, ajenas a las discordias y asuman que deben tener conciencia de país y vocación de servicio al bien común, abandonando posiciones de soberbia que sólo son cimientos de discordia y desunión.

El mensaje que busca reconciliación entre todos debería ser práctica general para evitar discordias, odios y complejos que sólo hacen daño y producen división que conculca valores y destruye bases de conciliación y armonía.

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