Los hijos piden auxilio y comprensión por muchos signos que, ante padres tan atareados por sus realizaciones personales, es imposible percibir, entonces se produce un desencuentro en la comunicación en los hogares que se mantienen unidos y, peor aún, con la distancia física generada en hogares destruidos por la separación y el consecuente divorcio. Así se dañan vidas que se encuentran en formación, para siempre, asestando un golpe mortal a la posibilidad de alcanzar la felicidad.
La comunicación debe ser fomentada y cultivada por los padres, pues éstos con sus ineludibles roles asumen la autoridad para determinar el rumbo del hogar en la evolución del entendimiento de los hijos. Los hijos, en esta crucial fase, no poseen autoridad, madurez, ni la experiencia para señalar a los padres lo que debe hacerse en el seno familiar. La inexistencia de la comunicación entre padres e hijos seguirá siendo una barrera mientras los padres no comprendan la evolución diferente que asimilan sus hijos, por supuesto muy distanciada de lo que fue su propia juventud.
Loa padres no deberían tratar de imponer sus criterios, experiencias propias o su forma de pensar, sino dialogar sobre ello como un consejo o un paradigma de vida, pues están al frente de un ser humano con diferente actualidad, multiplicidad de problemas de la época y una actitud mental influenciada por el medio ambiente cultural y de interrelación.
Consecuentemente, el esfuerzo por lograr una complementación a esa irrefutable realidad y a esos condicionantes diferentes de la actual juventud es el desafío que exige a la propia calidad de padres, aceptando que la tarea no se centra en la simple provisión de alimentos, vestido, comodidades y educación externa, sino en la actitud de decidida comprensión actualizada y progresiva que se debe dispensar en la comunicación con los hijos, exiliando los propios moldes de formación, ya anacrónicos; solo rescatando de ellos los puntos de referencia que pueden ser certeros, sobre todo útiles para la formación de los hijos.
Si se persiste en la imposición de los propios moldes y estructuras, se producirá ineluctablemente una confrontación y reticencia al diálogo y se condenará la sagrada misión de padres a la incógnita terrible del desconocimiento total de lo que piensan o ejecutan sus hijos, situación no deseable para ningún hogar.
Lo descrito es una aproximación a la multiplicidad de situaciones conflictivas y casi irreparables que se suscitan en los hogares con la impronta de ausencia de diálogo. Por ello se debe escuchar permanentemente la voz interior, fuerte e incorruptible que prescribe la misión de educar , enseñar el ejercicio maravilloso del diálogo, aprendiendo a escuchar y asentir en sus objetivos y esperanzas; corrigiendo constantemente cualquier atisbo de desvío con gran dosis de habilidad, amor, tolerancia y aceptación de ideas y posiciones intelectuales que no siempre coincidirán con las suyas y cuya suave confrontación con el diálogo, posibilitará a los padres conocer mejor a sus hijos, respetar su actualidad, en la cual están irremisiblemente inmersos, así como la evolución de la misma, para comprenderla y no sea un obstáculo en el diálogo.
Todo ello diseña un panorama nada fácil, tanto para padres e hijos y es recomendable que los hijos reconozcan la autoridad de sus padres, a través del desarrollo del diálogo, que debe atraer a ambas partes, a que los padres traten de imponer la misma por el simple hecho de investir la calidad de padres.
Se conseguirá logros inesperados en lo referente al conocimiento de los sentimientos, la visión particular de su mundo actual y su percepción que desarrolla su personalidad, con el interés genuino, la ternura y la dedicación que se imprima en el diálogo con los hijos, que la autoritaria exposición del pensamiento y acciones de los padres y lo que éstos harían en su posición, así se elimina la generosa posibilidad del diálogo por doble vía.
Bajo ninguna circunstancia se debe olvidar que el objetivo fundamental e irrenunciable es desarrollar el apostolado de la educación decantando en la formación, y por la brevedad de la vida, la misión es transformarlos, a medida que ésta transcurre, de locuaces y entusiastas interlocutores, además de dialécticos, en receptores ávidos de recibir los consejos adecuados, la experiencia y producir la metamorfosis, a causa del diálogo, de hijos a amigos. Este trasvase de hijo a amigo es la experiencia más motivante de realización que los padres puedan lograr.
El autor es abogado corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación, autor del libro “Adiós a las drogas y a la adicción”, 2015.
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