Hugo Muñoz Arévalo
No es lo mismo odio, que ira. La ira es una emoción pasajera, una alteración momentánea que lleva a una persona a perder el dominio sobre sí misma. El odio, sin embargo, es un sentimiento duradero de aversión muy difícil de superar.
El odio nace del resentimiento. Surge de la necesidad de decir algo que nunca se ha sabido cómo expresar. Este sentimiento irracional, hace creer a quien lo sufre, que perjudica a quien lo provocó, pero la realidad es bien distinta. El odio solo perjudica al que odia.
Hay expertos que califican este sentimiento de patología. Porque el odio puede llegar a ser una enfermedad y no solo un síntoma de esta. En el Laboratorio de Neurobiología del University College de Londres, se descubrió que cuando uno siente odio, se activa la zona central del cerebro. Esto conlleva malestar físico que se puede expresar en una presión sanguínea y ritmo cardiaco elevados, además de aumentar las posibilidades de sufrir un ataque o alguna enfermedad de miocardio. Todo esto proviene de la relación entre el cuerpo y la mente, ya que cuando se experimenta distintas emociones, se libera hormonas o sustancias como adrenalina, cortisol o prolactina. Y cuando la emoción se convierte en sentimiento, se liberan estas sustancias en mayores dosis y durante más tiempo, lo que según Robert Ader, investigador de la Facultad de Medicina y Odontología de Rochester, provoca mayores daños al sistema inmunológico y al organismo.
Aunque a la ligera, el odio puede parecer algo sencillo de identificar, lo que llevaría a superarlo con facilidad, no es tan fácil de detectar, ya que puede confundirse con otras sensaciones similares como el rencor. La diferencia entre uno y otro, se encuentra en la causa que los provoca. En el caso del odio, es la ira, mientras que en el caso del rencor, es la tristeza. El rencor aparece como una forma de huir de un problema. Es un escudo que surge al culpar a alguien de algo, mientras nosotros huimos de esa falta. Mientras que el rencor tiene de salida la resignación y mirar al futuro para evitar cometer este mismo error, el odio es más difícil de aceptar y superar. Porque para acabar con este problema, para dejar de odiar, sólo hay una salida posible: Perdonar.
Por eso es necesario aprender a “dejar ir”, centrarse en el presente y no obsesionarse con el pasado.
El autor es periodista.
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