Como efecto de un proceso de decadencia, el partido de gobierno sufrió una nueva derrota en el referéndum del 21 de febrero pasado, hecho que cambió la relación de las fuerzas políticas en el país. Ese resultado estaba previsto por encuestas y comentarios de prensa y de la opinión pública, pero principalmente por evaluaciones editoriales originadas en datos objetivos y conclusiones lógicas que no fueron tomadas en cuenta por sectores oficiales encasillados en ideas subjetivas.
La derrota del proyecto de reforma constitucional no fue solo un rechazo a un artículo constitucional, sino un pronunciamiento en torno a la situación política del país. En forma específica, fue una nueva y debacle para el sistema populista a nivel nacional y continental, ya notablemente deteriorado, como continuación de las derrotas del populismo en Venezuela y Argentina, la frustración del sistema en Brasil, la defección del presidente Rafael Correa en Ecuador, el viraje unilateral de Cuba hacia el Imperio y otros aspectos de calibre.
La influencia externa contra el desfasado populismo local tuvo su importancia, pero el factor determinante del resultado del referéndum fue en forma sustancial de carácter interno, pues la mayoría social urbana y rural, tanto cualitativa como cuantitativamente, expresó su insatisfacción con el actual estado de cosas, producto de una gestión anárquica y en especial por llevar al país por un sentido antihistórico o, más propiamente, a contrapelo de la historia, actitud que también fue adoptada (no se puede negar) en alta proporción con ingentes recursos para imponer el SÍ, pero no consiguió su objetivo y más bien favoreció al NO de la oposición unificada que, por su parte, careció de respaldo económico, de los poderes del Estado, enfrentó la presión oficialista desatada en todos los medios de publicidad, en particular la incondicional de tipo oficial. En el fondo, la lucha fue entre el enorme poder estatal frente a la inermidad popular. Mas, pese a esa enorme diferencia se produjo la victoria de la posición opositora.
La derrota del partido oficial estaba anticipada por la tendencia internacional, la crisis política interna, la inconformidad de la ciudadanía con la desorientación histórica y el cansancio con las mismas figuras y poses de los personajes de gobierno. Es más, la oposición mostraba ventaja desde que se manifestó en las cuatro últimas actuaciones electorales, cuando el rechazo a la política oficial fue expresado por amplia mayoría de votos, en especial la elección de gobernadores y alcaldes, la cuestión de los estatutos autonómicos y otros, aparte del repudio a la corrupción.
Se trató, pues, de un fracaso anunciado que no era visto por el obcecado optimismo de los “sabios” de las cumbres del poder, porque, como dice un aforismo griego, “Los dioses ciegan a los hombres cuando quieren perderlos”, ceguera que a veces es definitiva. Así, la catástrofe fue cultivada en los mismos niveles del estado mayor gobernante, cuya falta de visión convirtió el llanto en alegría y no permitió que se cumpla la premonición catastrófica de que no saldría el sol ni aparecería la luna en caso de triunfo del NO.
El referéndum, además de cierto valor revocatorio, significó un cambio radical de la relación de las fuerzas políticas. Los fuertes resultaron débiles y en retirada, mientras los débiles se convirtieron en fuertes y en avance, correlación que podría imponerse en forma absoluta según el avance de la historia.
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