Buscando la verdad
Cuando en el horizonte se avizoran negros nubarrones y diferentes voces como la de la prestigiosa Cainco -a través de su Presidente, Ing. Jorge Arias Lazcano- advierten que “es una verdad que somos el país con mejores condiciones de enfrentar el momento adverso, pero estamos al borde”, ¿vamos a esperar a que Bolivia se hunda para recién unirnos, queriendo reflotarla? (El Deber, 26/FEB/2016)
¡Cómo me duele ver a mi Patria -una vez más- enfrentada y dividida! Y cuando digo esto no es solo por el actual momento o por los últimos años, sino, de siempre.
¿Es que no hay un proyecto de país que pueda unir a los bolivianos y bolivianas con todas sus virtudes y defectos, sus éxitos y miserias, sus semejanzas y diferencias para vernos como hermanos? ¿Es que acaso esperamos un juicio de Dios para unirnos por el miedo?
Si para algunos el “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39) o “¡mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmos 133:1) no significa nada, ¿qué de la severa sentencia de Martin Fierro cuando dice, “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera (…) porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”?
Siendo que la desconfianza mutua no ayuda y echa por tierra las oportunidades de progreso, ¿por qué no darnos la oportunidad de un desarme espiritual para abrazarnos, en vez de seguir confrontándonos cual si fuéramos enemigos?
¿Acaso gobernantes y gobernados no somos todos bolivianos, y quienes dirigen el país no tienen la altísima responsabilidad de hacer las cosas bien, así como también los ciudadanos de a pie -de coadyuvar a ello- aspirando entre todos a un mejor futuro para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos?
¡Tanto insulto y tanto escarnio! ¿Acaso ayuda esto en algo? ¡En nada! Solo genera más heridas y deseos de venganza, de uno y otro lado. ¡No nos hace bien pelear entre bolivianos! Abramos nuestro corazón, forjemos un mejor país, recuperemos la confianza perdida, seamos fieles a la Bolivia, gestionemos bien el Estado para que la economía no sufra y, despojándonos de todo egoísmo ayudemos a toda autoridad “que se deje ayudar”.
Añoramos una Bolivia digna y soberana, con justicia social y sin pobreza, lo deseamos, pero... ¿estaría Ud. dispuesto a perdonar y a amar, para amalgamar lo bueno del pasado con lo bueno del proceso de cambio y lo bueno de otros países que sea digno de imitar? No todos dirán que sí. Por eso, esta es mi columna más triste… ¿se da cuenta por qué?
El autor es Pastor y Anciano en el Centro Cristiano Evangélico “Casa de Oración”.
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