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Sumario.
Durante un par de años, el presidente se envuelve con una joven militante del partido con el que llegará al gobierno y nace un hijo. El amor furtivo y su fruto son mantenidos en secreto, pero al cabo de un tiempo la joven mamá comienza a exhibir señales ostensibles de bonanza económica y poder. Pronto se convierte en representante de una de las mayores firmas con las que el Estado boliviano hace negocios por cientos de millones.
Un periodista da la primicia y sacude al país. El ovillo se desenrolla con rapidez cuando el presidente pierde una apuesta mayor que cercena su aspiración de gobernar cinco años adicionales a los 15 que debe cumplir al final de la década. La población vota contra el proyecto reeleccionista que creía que ganarlo era pan comido.
Aún digiere el revés cuando el país se paraliza con otra noticia: el niño vive, no estaba muerto como el presidente dice que le habían hecho creer, y está próximo a cumplir nueve años. El país es un hervidero de preguntas sin respuesta. El público desconoce dónde la joven dio a luz, de qué mal padeció el bebé, cuándo murió, si hubo un certificado de defunción, dónde fue enterrado y si hubo alguna ceremonia por el niño, del que sí existe una partida de nacimiento en Cochabamba: 30 de abril de 2007.
El presidente pide que le lleven a su hijo y proclama ante el país que quiere conocerlo, “estoy esperando, tengo derecho de verlo y cuidarlo”. La trama se oscurece pues el vicepresidente afirma que su superior entregó dinero a la madre apenas supo que el bebé recién nacido estaba enfermo y que habría sido llevado al exterior para recibir tratamiento. ¿Dónde? Empieza a asomar otra preocupación: si viviera, ¿no estaría en peligro?
Nuevas complicaciones surgen cuando se conoce que la madre recibía del gobierno un tratamiento privilegiado y que gozaba de una de las oficinas más importantes del Ministerio de la Presidencia para recibir a personas con las que hacía negocios. La joven es apresada porque un juez teme que escape del país. A su lado, en la prisión, acaba una joven humilde pero de alto rango en el Ministerio de la Presidencia, cuyo titular se empeña en asegurar que el periodista que divulgó la noticia es parte de una conspiración que empieza en Estados Unidos, sin embajador en Bolivia desde hace más de un lustro.
El desconcierto parece cundir entre las autoridades. El vicepresidente pide a los niños de una escuela que protejan al presidente y un ministro propone crear una CIA boliviana para, entre otras misiones, descubrir a internautas sin afecto por el gobierno. La inquietud ciudadana se acentúa cuando otro ministro dice que tiene la certeza que el niño está muerto.
Un editor reclama una reseña en cinco palabras. Le digo: La cosa está que arde.
Los próximos capítulos son imperdibles.
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