Punto aparte
Los planes gubernamentales giran por lo alto, seguramente porque pueden concitar aplausos y esencialmente adhesiones a sus políticas.
Entre ellos están un satélite, cuya utilidad se desconoce públicamente, un aeropuerto internacional en el Chapare, una gran edificación para el museo de Orinoca y en estos días el centro nuclear en El Alto.
Si antes de realizar estos emprendimientos se hubieran resuelto los problemas sociales que generan la pobreza, todo aquello podría justificarse y causar satisfacción general.
Empero, ello no ha sucedido. Miles de niños no cuentan con albergues para ser internados en ellos y proporcionales buenas condiciones de vida. Otro tanto requieren madres con hijos que han sido abandonadas por sus esposos o convivientes. Igualmente, las personas de la tercera edad, que no tienen seguros sociales y por tanto carecen de atenciones de salud, de alimentación e inclusive de un lugar de hospedaje, donde tengan la posibilidad de por lo menos descansar con buen abrigo y afecto.
Entre el 60 al 70 por ciento de la población boliviana vive en la marginalidad, vive en condiciones precarias y de pequeños negocios unipersonales para lo que, si les permiten los municipios, pueden aposentarse en las veredas de las calles para comercializar sus modestas ofertas.
Estas personas -mujeres y hombres- carecen de toda asistencia social, o sea que nadie les provee por lo menos de una pequeña pensión mensual. Como no son asalariadas, carecen de seguridad social, que les proteja la salud y puedan contar con una jubilación para su ancianidad.
Si se reúnen todos estos componentes se llega a la conclusión de que la mayoría de la población nacional es pobre y lleva una vida en los límites de la miseria y la desventura.
En contraste, en aquellos grandes proyectos se invierte cientos de millones de dólares, sin que sean imprescindibles, por lo menos hasta tanto no se resuelva por lo menos moderadamente la agobiante pobreza en que se desenvuelve la gran mayoría de los bolivianos.
En la pasada década se ha dicho que Bolivia estaba viviendo en bonanza. Pero sus efectos bienhechores no llegaron a los más necesitados. Por consiguiente, la injusticia social se tornó más patética que nunca, porque afloraron con mayor énfasis las desigualdades de manera descarnada, en medio de la indiferencia.
Tal es, en consecuencia, el socialismo que predica una persona que se atribuye ser el mentor del “proceso de cambio” que estaría en marcha en el país.
En cambio, en tiempos de la denostada oligarquía, había hogares para niños, donde se les brindaba buena vivienda, vestuario para cambiarlos semanalmente, estudios escolares regulares, alimentación abundante, incluso con sobrealimento en la media mañana. Contaba con médicos que semanalmente visitaban esos centros y se empeñaban en proteger de la mejor forma la salud de los niños. La recreación no sólo era para los juegos, sino para realizar torneos. Por último contaban con duchas y piscina para adquirir la costumbre por el aseo personal e incluso la posibilidad que tenían de aprender a nadar. Para citar sólo uno de ellos, cabe mencionar al Preventorio de Obrajes, que contaba con un amplio espacio, incluyendo jardines, situado entre la avenida Ormachea y la calle 5.
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