En tiempos de nuestros recuerdos no existía el Día de la Mujer, pero… sí existían los “Mandamientos de la Mujer”.
En una revista madrileña del año 1924 leemos lo siguiente:
Eres tú, mujer, quien ha de desempeñar el sacerdocio en el templo de la dicha conyugal. No te niegues nunca a salir con tu marido cuando éste te lo pida. No hables con otros de tu marido y de tu vida cotidiana. Muéstrate afable con sus amistades. No te acostumbres a estar mucho tiempo en compañía de amigas. No tengas secretos para tu esposo. Ocúpate de los quehaceres domésticos en ausencia de tu marido. No enuncies los defectos de tu marido en su presencia. Nunca le lleves la contra. Aprende a callar oportunamente. No provoques disputas, mortificándolo con celos, dolencias imaginarias, enojosos silencios o discusiones pueriles. No seas impertinente, preguntándole dónde estuvo y a dónde fue.
ESO ES TIEMPO PASADO
A este respecto, recordaremos que en una sociedad de formación esencialmente masculina, la mujer de antaño desde su nacimiento siempre ocupó un puesto de “segunda” dentro de ella y su nacimiento no era bien recibido por muchas circunstancias, tales como consecuencias económicas, la prolongación del apellido y la institución del mayorazgo, hechos que hacían que la aspiración general de los padres estuviera cifrada en el acrecentamiento de la prole masculina.
El mundo de la mujer en esos tiempos era su casa, los quehaceres domésticos, su cultura cubría esencialmente el aprendizaje de las cuatro “eres”, es decir: ¡leer, escribir, contar y rezar! Las jóvenes aprendían en sus casas el punto hilván, la pata de gallo, a bordar al tambor en cañamazo, tejer, trazar el coco, el crochet, el zurcido invisible y el remiendo de las calcetas de los hombres, ellas confeccionaban sus propios vestidos, así también bordaban con oro para la hechura de los paramentos ornamentales de la iglesia y de los santos.
Aprendían a contar como algo necesario para cumplir los menesteres domésticos, para economizar y llevar las cuentas de la casa. Se las encaminaba a comprender que un hombre trabajador en mangas de camisa valía más que una docena de petimetres, dandis y vanidosos.
La enseñanza del santo catecismo, la gramática española y el latín eran de rigor, de ahí el dicho muy mentado “mujer que no habla latín, no consigue marido ni tiene fin”.
Los estudios de piano, pintura, la lectura de los clásicos eran indispensables, teniendo siempre presente que estas artes eran esenciales en la vida social y una mujer sin estos adornos pasaba desapercibida por la vida, hundiéndose en la bruma del anonimato.
Pero… como todo pasa en esta vida… llegó la rugiente furia civilizadora del Siglo 20 abriendo en su horizonte un mundo nuevo para la mujer. Lento pero seguro salió el arco iris de la esperanza, las señoras dejaron las iglesias, las clásicas tertulias familiares fueron sustituidas por las visitas de sociedad y los temblores epilépticos del charlestón, los mambos, la rumba, el chachachá, y el escandaloso tango reemplazaron la cadenciosa majestuosa del vals, el minué y el chotis.
Pasó lo que tenía que pasar, la mujer se dio su lugar, las delicadas señoritas salieron a las calles, decidieron votar, marchar, en actos sin precedentes quemaron sus “brassiers” y así mismo ellas cambiaron el curso de la humanidad, las universidades abrieron sus puertas a las mujeres decididas, dando paso a millones de profesionales, ejecutivas, maestras, abogadas, médicos, mujeres que empujan a los hombres, los ponen donde están. Ahora son ellas quienes están marcando la historia de la humanidad.
Hoy no hay nada que una mujer no pueda lograr en el hogar, el campo, la guerra, la política, el infinito, legiones de profesionales salen de las universidades del mundo cada día. Su nombre está escrito en cada capítulo de la historia. En muchos países tenemos gobernantes “mujeres” que están cambiando el mundo, en cada batalla que se libra en lugares del final del planeta, figuran historias sobresalientes de heroísmo y dedicación vividas por mujeres “frágiles”, ¡débiles y bellas! Las mujeres “tan divinas” ahora guerrilleras valientes, se destacan en todo, nada hay que ella no pueda hacer y nadie lo puede discutir.
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