La conciencia moral es la autoridad interior que se manifiesta perceptiblemente a todo ser humano como una voz en diferentes vertientes del acto humano. Es elocuente la dolorosa falta de solidaridad, de la virtud de la caridad y la sensibilidad frente a los discapacitados, ya sean del orden físico, sensorial o intelectual; así no es extraño ni infrecuente que el incapacitado sea virtualmente arrollado por la gente que se cruza a la acera del frente para evitarlos, hasta llegar al triste y exiguo nivel de dignidad de no saber realmente cómo actuar o intervenir con ellos.
La sillas de ruedas para adultos y niños son para que sean empujados y se hace uso de las sillas para que las personas con desplazamiento o movilidad reducida, ancianos o embarazadas, utilicen los sitios adecuados, empero lo más probable es que estos sitios se encuentren ocupados por personas indolentes que cierran o torvan los ojos, los ignoran o, mejor, miran su celular, porque no quieren asumir la fuerza para mirar en la cara a un discapacitado: no vaya ser que lo muerda.
Sería ideal y de un grado superior de elevación de los humanos, que nos detengamos a pensar cómo será la escalera que utilizó el discapacitado para bajar y como están los carteles de preferencia y como podría deambular por las calles y en el transporte público si no hay rampas o asideros de seguridad. Así la gente se aleja del problema, así nada se piensa y poco se hace, a pesar de la activa comunicación entre las personas, tanto en el hogar, el trabajo, en la calle y lugares de diversión, y que no fueron tocadas por esta desgracia. Tal vez, si existiera un programa de educación obligatorio desde la escuela o colegio, los niños valorarían tener piernas, lo que supone ver nada o cómo estudia un niño o niña que no oye.
El problema no reside o no lo identificamos ahí, pues se dispone de legislación, de normas y se establecen y consolidan criterios constantemente, pero jamás se ha detenido la sociedad para hacer aflorar su conciencia moral para enseñar al prójimo el significado exacto y puntual de discapacitado. Solamente aprenden y actúan diferente aquellos que han vivido y viven un caso que les llegó al corazón, que les duele y afecta. Si lo descrito se enseñara y educara en la escuela, entonces se producirá el punto de inflexión y se obtendría niños, jóvenes y adultos comprometidos, capaces de distinguir la sensibilidad, que no es otra cosa que ayudar; sin olvidar, bajo ninguna circunstancia, que la conciencia moral, cuya voz se hará sentir en toda vicisitud de actitud frente al prójimo; acción que es inevitable y se produce cotidianamente en todo ser humano, nos recordará crudamente y sin miramientos de ninguna índole que todos estaremos incapacitados alguna vez.
El autor es abogado, catedrático, escritor, doctor Honoris causa.
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