Aprender con emoción

Sara Mosleh Moreno

Para que un recuerdo se consolide en nuestra memoria necesita estar asociado a una emoción. Por eso, aunque a lo largo de nuestra existencia aprendamos infinidad de cosas, solo aquellas vinculadas a sentimientos perdurarán en nuestros recuerdos y serán indelebles al paso del tiempo.

El aprendizaje es un proceso complejo y muy personal donde interviene el sistema límbico o “cerebro emocional”, y que comienza cuando algo despierta nuestra curiosidad e interés. Como una de las principales funciones del cerebro es detectar y evitar las amenazas, solo aquellas informaciones que representen recompensa o peligro son captadas por nuestros sentidos. Una vez que esa información centra nuestra atención, nuestro cerebro recurre a los “bancos de memoria”, donde compara esa experiencia actual, con otras del pasado y la clasifica como a favor de la supervivencia o en contra de la supervivencia.

Es aquí donde los factores que facilitan u obstaculizan el aprendizaje adquieren gran importancia, puesto que pueden favorecer o dificultar que esa información se consolide. Así, un estado emocional tranquilo y un entorno enriquecido, donde estén presentes emociones como la alegría o el entusiasmo, son fundamentales para que la información se asiente en nuestro cerebro. Por el contrario, estados anímicos como la tristeza, el miedo o la ira perturban, dificultan e incluso pueden llegar a impedir el proceso de aprendizaje.

Si entendemos que lo que abre las puertas al aprendizaje es la emoción, que ésta es el impulso que induce a la acción, entonces comprenderemos la importancia que revisten las emociones a lo largo del proceso educativo, donde es necesario que los alumnos se sientan motivados para lograr enseñanzas de calidad. Así, un entorno permeado por emociones gratas y de colaboración, donde tanto docentes como estudiantes sean actores activos del acto educativo, y en el cual las clases sean espacios de hacer, crear y pensar, favorecerá un aprendizaje significativo.

Por el contrario, un sistema donde los alumnos solo asisten para aprobar y pasar de curso, donde solo se enseña lo que los libros y un estricto currículo dictan y donde la motivación por conocer y saber se ha perdido, únicamente propiciará procesos emocionales negativos que generarán una conducta de huida hacia el aprendizaje.

No podemos olvidar que el principal objetivo y función de la escuela es potenciar al máximo el desarrollo integral de los alumnos; crear personas hábiles y competentes, capaces de pensar por sí mismas. Esto solo puede conseguirse a través de un espacio donde puedan compartirse pensamientos e ideas, donde se trabaje y se ponga el cuerpo y la imaginación. En definitiva: un espacio donde el conocimiento se viva como una experiencia emocional que conquiste nuestro sistema límbico y deje huella en nuestra memoria.

La autora es periodista.

ccs@solidarios.org.es

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