Cartas
Señor Director:
En este año de la Misericordia, que sean momentos más intensos de oración, reflexión en la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, acompañemos a Jesús con oración, sacrificios y arrepentimiento por los pecados cometidos, con el sacramento de la confesión o penitencia. Preguntémonos ¿por qué murió Jesús?, por amor a la humanidad, levantemos las palmas con una sola voz: ¡hosanna, hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!, “el que se confiesa está bien que se avergüence del pecado; la vergüenza es una gracia que hay que pedir, es un factor bueno, positivo, porque nos hace humildes, nos salva para siempre dándonos vida”.
En Jueves Santo recordamos la última cena de Jesús con sus apóstoles, de los que lavó sus pies, dándonos un ejemplo de servir a la humanidad sin distinción de clase ni raza y así se instituyó la Eucaristía, que es un sacramento de vida eterna. Jesús se quedó con nosotros en el pan y el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre, también se instituyó en este día el sacerdocio (Lc. 22:14-20).
En Viernes Santo meditamos sobre la pasión de Cristo con las siete palabras que Cristo pronunció en la cruz, que se ha vuelto el madero donde nos ha redimido a todos los humanos. La cruz quedó como el símbolo de los cristianos. San Francisco de Asís, el Patriarca, siempre doblada rodillas ante una cruz que encontraba por doquier y sus seguidores celebramos el santo Vía Crucis, recorriendo las 15 estaciones del camino al calvario.
“En la cruz, ¿fue Cristo el que murió o fue la muerte la que murió en él? ¡Oh qué muerte que mató a la muerte! (San Agustín).
En Sábado Santo celebramos la “vigilia pascual”, recordamos el paso entre la muerte y la resurrección de Jesús. Se enciende en los templos del mundo el cirio pascual, en señal de la resurrección de nuestro Señor Cristo.
Domingo de Pascua, de Resurrección, es el día más importante y más alegre en nuestra liturgia. Jesús venció definitivamente a la muerte y nos dio nueva vida o sea la vida eterna.
Todos los profetas dan testimonio de nuestra Pascua en una unidad maravillosa con Jesús, y una perfecta cohesión, por eso pedimos a Dios que nos bendiga para que seamos templos vivos de su espíritu y seamos generosos en perdonar, comprender y aprender dolores y alegrías con el prójimo con el que diariamente convivimos.
David Espejo
O.F.S.
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