22 de marzo, Día Internacional del Agua
Hilvert Timmer, Gonzalo Mariaca y Karina Mariaca. Quinta Conciencia-Samaipata
¿NUESTRA QUERIDA AGUA?
El agua es uno de los elementos fundamentales para la existencia del ser humano, de las plantas y los animales. Eso lo sabemos todos, sin embargo, se olvida su importancia y no la valoramos. En el planeta, menos del 3% de toda el agua es dulce y cada vez es más escasa. Al menos mil millones de personas sufren de estrés hídrico. Los grados de contaminación también son alarmantes. Un dato cercano, dos y medio millones de habitantes de más de 100 ciudades bolivianas y peruanas, descargan sus efluentes de aguas residuales en la cuenca del Titicaca, el lago Sagrado, y lo más interesante, esa población se distribuye equilibradamente entre ambos países.
NUESTRA FORMA DE VIVIR
La forma en que vivimos, corresponde a una serie de creencias, supuestos y costumbres que se van moldeando desde la gestación. Vivimos de acuerdo con paradigmas propios. Para el científico brasileño José De Souza Silva, existen tres visiones de mundo que rigen el desarrollo de la humanidad, la visión mecánica, mercadológica y holística del mundo. En este sentido, si como afirman los ecologistas, la forma de vivir de los seres humanos es la principal causa del estado crítico del agua, y esto significa que el problema está en las visiones de mundo que predominan, vale la pena repasar en qué consiste cada una de ellas.
En la visión mecánica, que nace en la revolución industrial, el mundo es una máquina y se valora la productividad y eficiencia. Todo es recurso a ser procesado y debe generar resultados. Para la visión mercadológica, que nació en el Siglo XX, el mundo es un mercado y los valores centrales son la competitividad y el beneficio, todo es mercancía y en su forma de capital debe generar retornos. En ambas visiones, el agua es un recurso para explotar o una mercancía para lucrar, carece de vida y está destinada a servir al ser humano y saciar sus deseos ilimitados. Estas visiones antropocéntricas del mundo corresponden al ideal donde el tener es más importante que el ser.
Por último, la visión holística del mundo, emerge del cuestionamiento al crecimiento económico basado en la sobreexplotación de los recursos naturales y considera que lo más importante es la sociedad, el medio ambiente y la cultura; el desarrollo es precisamente la armonía de los tres factores. Sus valores no son la eficiencia o competitividad, son la solidaridad y sostenibilidad. Como es lógico, el agua es fuente vida y la naturaleza debe ser preservada porque es la base de la existencia.
Consiguientemente, incidir en esta crítica situación requiere un Cambio de Paradigma, de la percepción del mundo, la Naturaleza y el Agua. Este proceso, sin duda, ha sido abierto en el actual gobierno, introduciendo conceptos ancestrales distantes de la mirada mecánica o mercadológica, bajo el denominado proceso de cambio o Vivir Bien, sin embargo, prevalecen aún los conceptos y filosofía y falta un largo camino por recorrer para plasmarlos en la realidad como acciones concretas.
La cosmovisión indoamericana encuentra puntos en común con el paradigma holístico o ecocéntrico propuesto por connotados pensadores de la nueva ciencia. Aquí se parte de la premisa de que todo en la naturaleza tiene vida y todo está interconectado, agregando además, que el Agua y la Tierra no son recursos, sino más bien dones sagrados. En la Constitución Política del Estado se hace referencia al Derecho Humano al Agua y en la Ley de la Madre Tierra a los derechos de la Tierra y el Agua.
De esta manera se transciende del concepto de agua-recurso (utilidad para el ser humano) a agua-viva, con sus propias necesidades. La introducción de los Derechos del Agua se puede reconocer como un concepto altamente ancestral e indígena, que se basa en el principio de reciprocidad: dar (cuidado del agua) y al mismo tiempo, recibir (uso del agua). Se necesita ambas acciones para hablar de sostenibilidad y satisfacción consciente de necesidades básicas de las actuales y futuras generaciones.
Se puede concluir que el desafío que tenemos al frente es internalizar la cultura del cuidado, pero no caer en la tentación de enfocar el cambio apenas en el escenario normativo. Las leyes cuentan e importan, pero si no se cambia el modo de pensar y sentir, aun existiendo normas innovadoras y altamente ecológicas, no habrá cambiado nada. Ese es el desafío de la verdadera sostenibilidad y la pregunta que deberíamos formularnos es ¿cómo podemos asumir una nueva visión y nuevos hábitos que cuiden el agua y hagan sostenible su uso?
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