La noticia de perfil
Casi siempre admiramos y lloramos ante el “calvario de una madre”, reconociendo el sacrificio y el amor que derrama ese noble ser que nos llevó en sus entrañas, aunque muy pocas veces nos detenemos a pensar en que también existe el “calvario de un padre”.
Esa consideración poco justa fue planteada ante mis sentimientos por mi discípula periodística, la cholita cochabambina, en su afán de establecer parámetros de justicia al considerar igualitariamente a esos dos seres que nos trajeron a este mundo que está plagado de injusticias… Yo que soy papá y abuelo, dije a mi comadritay que jamás escuché hablar del “calvario de un padre”, viviendo hoy convencido de que solamente las madres sufren por tales, mientras que los padres, o gran mayoría de éstos, no transitamos ningún camino hacia el Gólgota.
Macacha, que dejó Quillacollo hace muchos años y hoy transita por las oficinas y pasillos del Palacio Real de la plaza Murillo como periodista corresponsal, me contó que allí conoció a un ciudadano que sufre en silencio las consecuencias de ser padre, o sea que él transita por los caminos que conducen al “calvario de un padre”.
Según las averiguaciones de la cholita valluna, este personaje sufre de náuseas y vómitos todas las mañanas, al igual que las señoras cuando están embarazadas y esos trastornos se duplican cuando aparecen por el Palacio ministros, legisladores y tirasacos que le informan acerca de la defensa que hacen de él sobre el caso de las empresas chinas que ganaron para ellas proyectos, más que millonarios.
Ninguno de sus colaboradores le menciona a Gabriela, la que aviva sus sentimientos hacia quien le dio un hijo, cuya suerte desconocen todos, menos ella y él que hoy transita por el “calvario de un padre”.
La descripción del “calvario de un padre” me hizo caer en cuenta que los poderosos también sufren y por muy poderoso que fueses, quisieras tener junto a ti al niño que nació de una mujer que amabas. O sea que el “calvario de un padre” también existe y lo divisamos sin tener la necesidad de solicitar audiencias ni agachar la cabeza ante los poderosos.
No puedo concluir esta crónica sin agradecer a Macacha, la cholita cochabambina de corazón limpio, quien me hizo posible descubrir que también existe el “calvario de un padre”.
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