Al contemplar nuestra realidad diaria, comprobamos con pena y nostalgia cuán lejos nos hallamos de lo que antes se llamaba “savoir vivre”, palabras del idioma francés en cuyo significado se aglutinan todas las normas de conducta, tanto sociales como morales, las mismas que regían el comportamiento de los “hombres de ayer”; reglas de cortesía, cultura, gusto por la música, viajes, la buena mesa y especialmente... el buen vestir, la buena presentación. Algo que en la actualidad no preocupa a la mayoría de los mejores representantes del sexo fuerte.
Es por demás decir que la moda, a través de los tiempos, ha sido una de las artes más seductoras cultivadas por el alma de la mujer, pero no solo ellas se adaptan a sus caprichos, lo cierto es que los hombres son y fueron también sus “esclavos” en toda época.
Usualmente el arreglo diario de un caballero de principios del Siglo Veinte comenzaba vistiendo una camiseta importada con mangas largas de fina lanilla inglesa o jersey de lana española, con cuatro botoncitos en el cuello, el calzoncillo largo hasta la canilla, de igual material y calidad y las medias de seda sujetas por un “portaligas”, el cual se ajustaba debajo de la rodilla, en ese entonces no se conocía las medias “stretch” y si ellos no tomaban las precauciones necesarias, como el uso de un par de ligas, corrían el riesgo de que sus finas medias se les deslizaran hasta abajo, como verdaderos acordeones.
Una vez protegidos de cuerpo entero contra las intemperies, proseguían ataviándose con la camisa cuello marca “Flecha”, “Arrow”, ésta no tenía cuellos ni puños, ya que éstos venían aparte, es decir eran postizos, se compraba en cajas y por docenas en los afamados almacenes “De Notta”, “The Smart”, “La Casa Cóndor”, “Murillo Bros” y otras más. Venían en distintos modelos, estaba por ejemplo el estilo “Remsen”, delgado, bien recto y con las puntas puntiagudas, otro era el “Altro”, recto alto y redondeado en las puntas y por último el modelo “Biscay”, el cual era parecido al “Remsem”, con la diferencia de que era un poquito más alto.
La camisa se mantenía bien tensa y firme por medio de un botón que se lo sujetaba en el pantalón, el cual según la moda era estrecho para lucir los “gets”.
Generalmente se usaba tres atuendos. Por la mañana el traje con saco corriente o “paletó”, en la tarde el “chaquet” para ir a los tribunales, de visita o al “buffet”. Fuera de esta prenda estaba la “levita” y para la noche el “frac”, utilizado de “rigor” en las ceremonias oficiales, los bailes, la ópera o el teatro, pues aunque parezca un cuento, en esta época había en La Paz grandes funciones teatrales y de ópera con artistas internacionales, al igual que en Buenos Aires o cualquiera otra capital de Sudamérica.
Los finísimos casimires importados de Inglaterra, que se usaba para la confección de estos ternos, los vendían afamadas tiendas: la Casa Decker, Juan J. Hinojosa. G. Brockman & Cía., la Casa Grande, Le Bon Marche, Notta & Cía., Almacenes Paulsen, Segaline y la afamada Casa Barbato entre las más elegantes.
¡Del uso del sombrero ni qué decir! Era absolutamente de rigor, la moda de ese entonces exigía el favorito: el tongo en forma de hongo, especialmente fabricado en Italia para las actividades durante el día, el pajizo para los más jóvenes y muy de moda en los días soleados de primavera y verano. La galera negra y reluciente para ocasiones más solemnes y de más etiqueta. La chistera cómoda y práctica para el teatro, bailes y saraos, ya que ésta se encogía con un ligero apretón.
Esta nota da para muchos comentarios más, seguiremos aportando con los recuerdos y con más de la elegancia de estos hombres de antes, quienes en estos momentos deben estar mirando desde el cielo, con sus largas vistas o catalejos... y muriéndose de la risa al ver a las fichitas de los ministerios y el Parlamento con sus indumentarias zaparrastrosas.
Qué tiempos aquellos, eso solo lo vemos en las películas de época. Sin embargo, quién hubiera pensado, ¡algún día los hombres fueron elegantes!
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