La Iglesia y el “dinero sucio”


 

El Papa Francisco, por principio sustentado permanentemente por la Iglesia, condena todo mal uso del dinero y, mucho más, aquel dinero que procede de procedimientos sucios, contrarios a las leyes y a la moral del ser humano. Por todo ello, condenó siempre el lavado de dinero tanto del narcotráfico como el procedente de cualquier negocio con bienes públicos o privados que hayan contravenido el sentido y la letra de las leyes.

“La Iglesia no necesita el dinero sucio”, dijo el Papa. Efectivamente, la Iglesia, desde sus inicios, ha vivido de su propio peculio proveniente en la mayor parte, de donaciones que ha recibido para la atención de misiones y obras sociales que tiene a su cargo. Muy buena parte de esos dineros han sido invertidos en obras de bien común y, parte de ellos, en entidades que impliquen intereses que, a su vez, han incrementado los bienes eclesiásticos.

Cristo vivió en pobreza y así inculcó esa conducta a sus apóstoles que, a su vez, pidieron la misma conducta a sus seguidores a través de los siglos; pero, como la Iglesia se ha impuesto la misión de cooperar con obras que contribuyan al bien común, atienda las urgencias de muchos necesitados, vea la urgencia de crear núcleos educativos y de salud ha precisado el dinero necesario para su atención. Que hubo excesos por parte de algunos prelados y sacerdotes y organizaciones religiosas, así lo ha reconocido la Iglesia; pero, lamentablemente, no siempre las razones han sido acatadas por quienes infringieron las disposiciones vaticanas en relación con la percepción y uso de bienes materiales.

El narcotráfico, la corrupción, la delincuencia y la criminalidad en todas sus facetas y características, han tenido cómplices pertenecientes a los cuadros religiosos como a instituciones de toda laya en la vida de la humanidad, pero todo ello ha sido debidamente condenado y, en lo posible, corregido y enmendado porque la falibilidad humana determinó la presencia de errores que han causado mucho daño y han sido contaminantes en grave detrimento de la salud moral y material.

Por principio bíblico y evangélico, todo lo que atenta contra la moral, la integridad y los intereses de las personas, la Iglesia ha condenado. Que el narcotráfico y la criminalidad han tenido asideros en muchos integrantes del catolicismo y de otros credos, es evidente; pero todo ello no destruye los principios en que se sustenta el servicio a Dios y a la humanidad.

El Papa, consciente de su misión pastoral, condena a quienes practican el mal y lo hace también a dictaduras y totalitarismos que tratan de imponer el derecho de la fuerza en menoscabo de la fuerza del Derecho, que es la vigencia de las leyes morales y civiles que rigen los destinos y la vida del ser humano.

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