Con mucha frecuencia el país se ve enfrentado a hechos criminales cometidos por quienes han dedicado su vida al asalto, al robo, la violación a mujeres, la destrucción de bienes públicos y privados y a cometer crímenes de toda naturaleza con inclusión de homicidios; últimamente, la ciudad de La Paz ha sido conmovida profundamente por la presencia de una banda juvenil que asaltó a personas con intención de robarles y hacerles daño.
La delincuencia, protagonizada generalmente por jóvenes de ambos sexos, obedece a diversos motivos: uno de ellos es que los cárteles del narcotráfico han encontrado en la juventud campo abierto para diseminar la comercialización y consumo de drogas, delito del que provienen muchos de los hechos delictivos que sufre la sociedad y que, por más esfuerzos que hagan las autoridades, no es posible reprimirlos o suprimirlos de la vida diaria del pueblo.
Otra razón fundamental es que muchos de los jóvenes -sino la mayoría inmersa en hechos dolosos- no han recibido la atención debida en sus hogares, sea por indiferencia, negligencia o desamor de los padres o por conseguir dinero para satisfacer vicios y placeres que determina la práctica del hedonismo; otra causa es, innegablemente, la falta de educación en valores no solamente en el ámbito familiar sino en escuelas, colegios y universidades, donde poco o nada se habla de virtudes que se hagan valores y principios.
La familia es la primera escuela de formación en virtudes de los niños y jóvenes y, sobre todo, es fuente de amor, comprensión, guía y atención permanente por parte de padres, hermanos y abuelos; cuando todo esto falta es muy fácil que los niños y los jóvenes se inclinen por prácticas alejadas de principios que obligan a respetar al prójimo y mucho más a los padres y al entorno familiar en que se vive. Cuando los padres alegan “no tener tiempo” y dejan a los hijos a su libre albedrío, con seguridad que éstos dedicarán atención a distracciones que los “buenos amigos” están dispuestos a brindarles, pero generalmente esos “amigos” no siempre están debidamente encaminados y, por el contrario, ya son delincuentes avezados sin control alguno y que buscan en el hedonismo y en malas compañías lo que no han encontrado en sus hogares.
Es vital que los padres, si realmente aman a sus hijos, les prodiguen amor, atención, dedicación, guía, educación y buen ejemplo, que debe ser práctica permanente de los progenitores y, por el contrario tienen inclinación hacia lo que pregonan que no se debe hacer y ellos lo hacen, con seguridad que los hijos seguirán el mismo camino. Es, pues, urgente que padres de familia, maestros en escuelas y colegios inculquen virtudes y valores a los niños y jóvenes; la escuela no sólo debe ser centro de formación humanística sino de modos y medios de comportamiento en la vida para que niños y jóvenes tengan vida plena, sana y responsable.
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