Economía de palabras
El presidente Evo Morales ha pedido a los obispos que le hagan llegar, de inmediato, los nombres de los funcionarios del gobierno involucrados en el narcotráfico, o que se atengan a las consecuencias. Esto último se puede interpretar como la amenaza de que podría hablar con el jefe de todos ellos, yendo al Vaticano, o no se sabe qué otras medidas, porque el señor está que se lo lleva el diablo.
El pedido es un ultimátum, como lo llamó él mismo en uno de sus acostumbrados discursos, de aquellos que pronuncia al ritmo de tres por día, en cualquier lugar del país.
¿Qué le podían contestar los obispos a tan iracundo personaje?
Quizá podrían comenzar por decirle que en el Palacio Quemado hay alguien que es presidente de los cocaleros ilegales del Chapare, aquellos que producen sólo para atender la demanda del narcotráfico.
O decirle que desde 2006 hasta ahora, Bolivia se ha convertido en el centro sudamericano de producción y distribución de cocaína, como lo saben todos los vecinos. Argentina y Paraguay tienen leyes que autorizan el derribo de aviones que llevan la droga boliviana a sus territorios y Brasil está usando drones para frenar el negocio.
Un fiscal salteño, de Orán, de nombre José Luis Bruno, propuso en diciembre la construcción de un muro que impida el ingreso a Argentina de la droga boliviana. Cuando alguien le criticó por la idea, con alusiones a la frontera de Estados Unidos con México, el fiscal aclaró: “No dije muro, dije murallón.
Podrían decirle también que, cosa rara, cuando las Fuerzas Armadas de Brasil hacen ejercicios tácticos, todos los años, los hacen en la región del Pantanal, que es, casualmente, la frontera más caliente de ingreso de la droga boliviana. Y que la revista Veja repite, cada vez que puede, que Bolivia es “A república da cocaína”, y alude a narcotraficantes brasileños que tuvieron contacto, dice la revista, con el Ministro de la Presidencia de Bolivia.
La lista es larga. Podrían recordar que La Nación de Buenos Aires informó que en la frontera se cambia droga por maíz, lo que ha obligado ahora a los maiceros bolivianos a reducir sus cultivos en 30%.
Los obispos tendrían que preguntar al presidente, cuánto tiempo tiene para leer una respuesta completa, para no excederse en la carta.
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