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El tribunal que preside el juez Sixto Fernández intentó hace pocos días probar que es posible conducir un vehículo sin gasolina. Habría alcanzado renombre si conseguía continuar el Juicio del Siglo desprovisto de actas formales. No logró avanzar y el juicio que tiene a su cargo mantiene su ritmo geológico en busca de resolver la trama que empezó hace siete años con el asalto armado a un hotel, la muerte brutal de tres huéspedes, prisión para otros y el cuestionamiento a decenas de personas en un proceso que busca probar que desde Santa Cruz se planeaba derrotar al ejército y crear una nueva nación sudamericana.
El intento que promovió el juez falló y durante casi todo marzo las audiencias han estado en la oscuridad causada por la falta de actas. Solo el día 29 se reanudaron bajo cierta normalidad, cuestionable cuando en la balanza se colocan hechos como la confesión del autor de la acusación, desde hace dos años refugiado en Brasil, de que actuó bajo presiones del gobierno. Para la legalidad del proceso, esa confesión no existe.
La tentativa del juez ocasionó una rara coalición de defensores y acusadores, e incluso de una juez ciudadana que le reprochaba por desdeñarla, decía, porque carece de formación jurídica. La juez concuerda en que el tribunal violó normas legales al instalarse en Tarija hace tres años sin algunos acusados. Uno de ellos, inhabilitado físicamente, fue declarado rebelde para justificar su ausencia.
El traspié ha dado lugar a una andanada de acusaciones de los fiscales y abogados que cuestionan la habilidad del juez para conducir un juicio de la magnitud del caso que se arrastra desde 2009.
En lo que parece agregar sombras al mayor juicio penal de la historia boliviana reciente, un ambiente de sospecha se instaló en las audiencias la pasada semana cuando un desconocido, gorra blanca al revés, bermudas y zapatos tenis, fue sorprendido tomando desde un celular imágenes de los abogados acusadores. Llamado por el juez, el desconocido entregó su identidad y habló con él unos minutos, pero el magistrado informó que el fotógrafo misterioso sólo balbuceaba y que no había entendido lo que dijo.
El desconocido, después identificado con un nombre que nada decía para los presentes en la audiencia, se fue y de inmediato no se supo de dónde había venido ni qué hacía en el lugar. Algunos en la sala sospechaban que era agente del gobierno y una investigación posterior lo corroboró, pero no se supo más. Otros señalaban que las ondas del “caso Zapata-Morales-Quintana, etc.” rompían sus límites iniciales y que una paranoia desbordada empezaba a contagiar también a actores y protagonistas del Juicio del Siglo.
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