REALEZA
La princesa Charlene de Mónaco enseña cuánto han crecido sus mellizos, Jacques y Gabriella, en un reportaje realizado por la revista Hola, y lo feliz que es como madre.
Se trata de imágenes de la familia príncipesca en la intimidad de sus vacaciones en Lauenen, Gstaad, donde el príncipe Alberto celebró su 58º cumpleaños. La Princesa disfrutó con los niños de sus ojos durante quince días de paseos, picoteo, siesta y juegos de invierno en el cantón de Berna, en Suiza, entre pastos y vacas, entre montañas y lagos, a 1.050 metros de altitud, para inculcar a los dos futuros esquiadores, de quince meses, su afición a la montaña.
Según la publicación, la vida de los pequeños príncipes transcurre en Gstaad entre las rodillas de su madre, paseos en calesa o en la piscina. De la mañana a la noche, la princesa Charlene se ocupa de los mellizos y rara vez se concede un descanso para recibir una lección de esquí o unos tratamientos de spa en su hotel, el Alpina, un palacio de cinco estrellas inaugurado por el príncipe Alberto. Cuando vuelve al lado de los niños se le ilumina el rostro. A ellos también. No hay más que verlos en la piscina armando jaleo para atraer la atención de la Princesa y acabar en sus brazos, y en el agua.
Haciendo malabarismos con su agenda, el príncipe Alberto, que considera un deber “pasar con ellos todo el tiempo posible”, a pesar de sus obligaciones de soberano de Mónaco, se reúne con su familia casi todos los fines de semana, aunque el 14 de marzo se quedó un día más para celebrar junto a ellos su 58º cumpleaños. Nada especial: una cena informal con buenos amigos. Dicen que ese día el príncipe Alberto no dejó de hacer fotos a Jacques, riendo a carcajadas, y a Gabriella, bailando para él.
EL ATÍPICO BAUTIZO DE LOS MELLIZOS
En el sacramento del bautismo, protagonistas de la ceremonia, los mellizos, vestidos con trajes nuevos de Baby Dior, llegaban a la catedral de San Nicolás en brazos de sus niñeras, dos mujeres de mediana edad vestidas idénticamente. Minutos más tarde, sus padres, Alberto II y Charlène, hacían lo propio entre los vítores y aplausos de los cientos de monegascos que habían salido a la calle para conmemorar tan importante evento.
Esta llegada al templo de padres e hijos por separado ya sucedió en los bautizos de Alberto y la princesa Carolina, así que puede tratarse de una tradición que el soberano ha querido continuar. No obstante, durante la mayor parte de la ceremonia, oficiada por Monseñor Bernard Basi, los mellizos tampoco estuvieron con sus padres. Y es que las dos niñeras se los llevaron a una sala aparte mientras Alberto y Charlène y el resto de los familiares escuchaban la Santa Misa en la que Andrea Casiraghi leyó la Carta de San Juan.
JACQUES Y GABRIELLA
El único momento en el que padres e hijos estuvieron juntos fue cuando los pequeños recibieron el agua bautismal. Pero una vez bautizados, Jacques y Gabriella volvieron a desaparecer. En un momento dado de la ceremonia, cuando los invitados recibían el cuerpo de Cristo, Charlène también se esfumó para ir a ver cómo se encontraban sus pequeños.
Tras la ceremonia, se prosiguió con la parte más formal del bautizo en la que Monseñor Basi, Alberto y Charlène firmaron la partida de bautismo de Jacques y Gabriella. También Christoper Le Vine y Diana de Polignac Nigra, padrinos del príncipe, y Gareth Wittstock y Nerine Pienaar, padrinos de la princesa, firmaron el documento.
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