A mediados del año 1895 llegó a La Paz el “Circo Austriaco”, trayendo consigo un león africano, melenudo de buena estampa, feroz como él solo, quien al mando de su domador realizaba piruetas que el público aplaudía maravillado.
Los empresarios del circo presentaban a su león como el espécimen de la ferocidad sanguinaria, desafiando vanidosos con la trapacería de que “no había animal alguno sobre la tierra que pudiera cotejar su valor y su fuerza en un enfrentamiento”.
Pero aquí en La Paz, Bolivia, el melenudo africano se encontró con la horma de su zapato.
Parecía que tal desafío no era más que una patraña propagandística, para atraer más público a los gallineros del circo, pero la provocación fue tomada seriamente por los paceños, en particular los jovenzuelos y hasta los niños, que no cesaron en salir con las suyas para rendir al león en las astas de un torito paceño.
Por entonces se hallaba en construcción el Templo de la Recoleta en Calancha (Avenida América) y para el acarreo de piedras se utilizaba un carrito “Decauville” que recorría sobre rieles desde la chacarilla del Cura Irusta en Challapampa hasta la Recoleta, transportando piedras, adobes y adoquines.
El coche era remolcado por un “torito blanco” de regular alzada, que de tanto subir y bajar trasladando piedras se había hecho muy popular. Este torito tenía fama de valiente y embestidor cuando lo provocaban, había intervenido una y otra vez en las novilladas de la Plaza de Toros en el Acho de Santa Bárbara y alrededor de su bravura surgió el plan entre la muchachada de Churubamba, de elegirlo y nombrarlo contrincante en la lidia con el feroz león africano y se organizaron en una gran manifestación frente al Palacio Consistorial, pidiendo a gritos insistentemente luz verde para la lucha del torito con el león.
Frente a este hecho los concejales y su presidente, Dr. Fermín Prudencio, accedieron a la insólita petición. De los balcones del Municipio se anunció a voz en cuello la autorización para la pelea del león africano con el torito paceño. Toda la juventud se llenó de gozo y contento vivando la buena nueva y así fue que el torito, de simple trasteador de piedras pasó a ser el rival del poderoso rey de la selva.
Firmado el contrato con los empresarios del circo, la juventud del Barrio de Churubamba había tomado sus previsiones, comenzaron los preparativos tratando al torito a cuerpo de rey, convenciéndolo con caricias persuasivas, le limaron los pitones de sus astas, lo bañaron, lo cepillaron. No faltaron las recomendaciones que le susurraban a la oreja: “¡Tienes que ser valiente! ¡Tienes que ganarle al león!”.
Por fin, llegó el día del combate. El lugar se hallaba colmado de gente, la aglomeración era tal que no cabía ni un alfiler. El tal Circo Austriaco se había instalado entre El Prado y la Plaza Venezuela y allí en todo el redondel de la pista fue debidamente armada una amplia jaula bastante fuerte como para soportar las arremetidas y bríos de los contendores.
A las cuatro de la tarde, en medio de gran expectativa empezó la función, la banda del circo tocaba con frenesí… Los empresarios, el séquito de artistas, payasos y demás mamarrachos dieron una vuelta de popularidad alrededor de la pista, saludando al público con toda efusión, lo cual fue respondido con aclamaciones y aplausos, dando así principio al espectacular encuentro.
Dentro de la jaula se hallaba repantigado el león con las fauces rugientes de hambre y las garras dispuestas a desollar a cualquier contrincante. A una señal del domador abrieron una compuerta dando paso para la entrada del torito, al cual lo empujaron con ímpetu. No bien hubo visto el león a tan buena presa, rugiente y al instante se lanzó sobre él, dándole un tremendo zarpazo. El pobre cayó al suelo tendido de espaldas en la primera arremetida, ya parecía estar vencido, ¡un grito de sobresalto retumbo dentro del circo! Las mujeres gritaron, unas se desmayaron.
El acto era emocionante, de pronto cuando el león se aprestaba a posarse sobre su cuerpo e hincarle los colmillos, de improviso descuidando a su enemigo se paró el valiente torito y con presteza esquivó a la fiera, alejándose un tanto de ella, luego tomó impulso y le arremetió en tal forma que una buena cornada le rasgó el paladar rompiéndole un colmillo.
Esto fue suficiente para que el triunfo del torito quedase asegurado. La multitud reaccionó del susto que había pasado y arrebatada de entusiasmo gritaba a voz en cuello: “Dale, torito!”. Y el animal como si entendiese el pedido de la hinchada, emprendió a cornadas a su rival, el que apenas se defendía echado de espaldas, dando algunos zarpazos. El león quedo estirado en el sitio con el rabo entre las piernas.
La multitud deliraba de entusiasmo y los niños locos de contento sacaron al torito de su la jaula, conduciéndolo en triunfo al toril de Santa Bárbara, vivando al campeón y cantando el himno paceño por las calles centrales de la ciudad.
Gente mala y perversa del circo que nunca falta, en venganza por la pérdida de su bicho, en la noche siguiente a la lidia propinaron al torito una feroz paliza hasta ponerlo en estado agónico, “acto sin nombre y propio de zánganos miserables y de la más baja ralea”, como así comentó el periódico “El Comercio de Bolivia”.
A tres días nuestro héroe dejaba de existir, todos lloraron amargamente la pérdida del torito.
No faltaron los gualaychos paceños que reaccionaron violentamente y en gran multitud se dirigieron hacia el circo para apedrearlo. Tuvieron que intervenir con enérgica acción policial los pacos, rondines y gendarmes, quienes pusieron orden ante esa irreflexiva actitud.
Tan querido fue el torito que el Concejo Municipal ordenó al químico doctor Domingo Lorini proceda a su disección, para conservarlo vivo en apariencia, exhibiéndolo posteriormente en una sala especial del museo situado en la calle Loayza, como que así se hizo.
La juventud nunca olvidó al héroe que derrotó al león africano y por mucho tiempo en sus fiestas, carnavales y pasacalles bailaron entonando con música estas graciosas coplas:
“Torito paceño, toro singular. Que al rey de la selva, supiste matar. Torito paceño, torito sin par al león africano, supiste humillar”.
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