El Día histórico - 14 de abril de 1920

La demanda de Ginebra

Luis S. Crespo


La Plaza Colón de Antofagasta en 1889, diez años después que el ejército chileno ocupara este puerto boliviano.

Enclavada en los primeros contrafuertes de los Alpes, a orillas del lago Leman, se extiende la ciudad de Ginebra.

Es una capital milenaria, ya mencionada por Julio César en sus comentarios sobre la guerra de las Galias y famosa antaño por sus templos y acueductos.

En 1536, un refugiado francés, Jean Calvin, la convirtió en sede del protestantismo europeo, a la que acudieron los perseguidos por sus ideas religiosas. Esto prófugos italianos, ingleses y franceses, confirieron a Ginebra un sello cosmopolita y contribuyeron a su prosperidad al impulsar sus artesanías, en especial la relojería. A lo largo de los siglos habitaron en ella personajes célebres en la historia, la literatura, el arte y la política: Jean Jacques Rousseau, nativo de este burgo protestante; Voltaire, señor del castillo de Ferney; Montesquieu im-primió en ella su famoso Espíritu de las Leyes, Madame de Stael patrocinó en las cercanías el salón literario de Coppet, lugar de reunión de intelectuales europeos opuestos a Napoleón.

Una célebre cervecería albergó los raros ocios de Lenin durante los años de exilio. Ciudad de burgueses, en ella han germinado algunas de las grandes corrientes religiosas, literarias y políticas de la edad moderna. Intelectual, mercantil y snob, arrancó esta frase a Talleyrand: “El mundo se divide en cinco continentes y Ginebra”.

Al concluir la primera guerra mundial, fue elegida como sede de la Sociedad de las Naciones, en mérito a su ejecutoria de tolerancia e independencia y a su posición central en Europa.

No era nueva ni original la idea de crear un organismo internacional encargado de arbitrar los conflictos entre Estados, alentar la seguridad colectiva y la cooperación social, limitar el armamentismo y, en suma, evitar las guerras. Las conferencias internacionales efectuadas en La Haya en 1899 y en 1907 sostuvieron prolongados deba-tes sobre estos temas, sin llegar a deci-siones positivas hasta que el holocausto de 1914 a 1918, persuadió a los gobernantes europeos, inspirados por Woodrow Wilson, de la premura de encontrar nuevas formas de convivencia internacional. Tan grande fue la presión de la opinión pública que, a pocas semanas de la apertura de la conferencia de paz de Versalles, fue aprobado el pacto de la Sociedad de las Nacio-nes, el 28 de abril de 1919.

El pacto contenía ventiséis artículos la-cónicos que versaban sobre un variado espectro de problemas internacionales. Algo así como las Tablas de las Ley del mundo moderno.

Uno de esos artículos, el 19, adquiriría inmediata relevancia para Bolivia, que había suscrito el Pacto. Dicho artículo prescribía que “de tiempo en tiempo, la Asamblea podrá invitar a los Estados miembros de la Liga a proceder a un nuevo examen de los tratados que hayan llegado a ser inaplicables, así como de las situaciones internacionales cuyo mantenimiento pudiera poner en peligro la paz del mundo”.

Se pensó en Bolivia que este artículo daba pie para presentar en Ginebra una demanda de revisión del tratado de paz suscrito con Chile en 1904, por él Bolivia había perdido su acceso al mar. Fue designada una misión presidida por Félix Avelino Aramayo e integrada por los de-legados Franz Tamayo y Florián Zambra-na; el consejero Demetrio Canelas y los secretarios José Espada Aguirre y Ante-nor Patiño. La inclusión de Félix Avelino Aramayo era nominal, dado su delicado estado de salud y avanzada edad.

Con mes y medio de retrazo llegó a Ginebra la delegación boliviana, cuando ya había fenecido el plazo para la sumi-sión de temas para el orden del día de la Asamblea. Para empeorar la situación, los diplomáticos bolivianos estaban en desacuerdo sobre la forma como debía encararse la gestión. Habían surgido dis-crepancias entre Tamayo y Canelas, el primer hombre orgulloso y engreído; el segundo, un empecinado de gran integri-dad moral. Ambos, escasamente ade-cuados para una misión de este tipo en un ambiente sofisticado y sutil, que re-quería, entre otras cosas, espíritu de equipo y mucho oficio.

La demanda fue presentada el 30 de noviembre de 1920: “Bolivia invoca el ar-tículo 19 del tratado de Versalles para obtener de la liga de las Naciones la revisión del tratado de paz firmado entre Bolivia y Chile el 10 de octubre de 1904.

A fin de justificar esta demanda, Bolivia, reservándose el derecho de presentar en el momento oportuno sus derechos y alegaciones, llama la atención sobre los hechos siguientes:

1.- La violencia bajo la cual fue impuesto el tratado.

2.- La inejecución por parte de Chile de algunos puntos fundamentales del trata-do que estaban destinados a asegurar la paz.

3.- Este estado de cosas constituye una amenaza permanente de guerra. Una prueba de ello es la actual movilización de grandes cuerpos de ejército que hace Chile sobre la frontera boliviana a pesar del estado de paz existente entre estos dos países.

4.- Como consecuencia del tratado im-puesto, Bolivia se ha convertido en país absolutamente continental y privado de todo acceso al mar”.

En esos momentos otros asuntos de importancia absorbían la atención de la Liga de las Naciones. Las potencias alia-das acababan de imponer un “diktat” a Alemania y era ilusorio esperar que estu-vieran dispuestas a revisar tratados. Por otra parte, el artículo 19 no podía ser in-vocado por Bolivia como facultativo para que ella promoviera “motu proprio” la mo-dificación del tratado de 1904. De inme-diato, el presidente de la delegación chi-lena Antonio Huneeus, adujo que Bolivia lo había suscrito “libre y espontáneamen-te” un cuarto de siglo después de la gue-rra del Pacífico. Chile rechazaba cual-quier injerencia de la Liga en un conflicto que, a su juicio, era exclusivamente bila-teral.

Advertidos de que la demanda no sería admitida en el orden del día de la Asam-blea de 1920, debido a la extempora-neidad de su presentación los delgados decidieron postergarla hasta el año si-guiente.

Archivo EL DIARIO – 30 de noviembre de 1929.

 
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