Se puede asegurar que mientras no se solucione en sus diversos aspectos el problema agrario, en particular el referido a la cuestión de la tierra, el país seguirá en la pendiente de la inseguridad alimentaria, vale decir continuará bajando la producción de alimentos y seguirán aumentando las importaciones. Esa posibilidad está más vigente en vista de que los mecanismos del Estado siguen sosteniendo que mantendrán su política de mantener la agricultura minifundiaria, retroceder a sistema feudales de producción y continuar dependiendo de productos de origen extranjero.
En particular, la política agraria oficial se basa en mantener sin modificación el sistema de distribución de la propiedad de la tierra, originado en tiempos preincaicos, vale decir practicar la explotación de pequeñas parcelas de tierra hasta agotar sus nutrientes. Peor que eso, mantiene el programa de agravar esa situación en dos sentidos. El primero, abandonar las parcelas de viejo origen y, segundo, dividirlas aún más hasta llegar a la producción de maceta.
Según el Censo agropecuario de 2013, en Bolivia existen 872.541 minifundios calificados con el eufemismo de “unidades productivas agropecuarias” (UPA), de las cuales alrededor de un tercio están La Paz. Según apreciación oficial esas unidades productivas “son las directas encargadas de abastecer de alimentos los centros de abasto de las ciudades capitales, zonas urbanas y periurbanas”, dato que confirma que la pequeña producción predomina en el medio rural y que, por tanto, siguen ese ritmo el comercio y el consumo.
Mantener la pequeña producción bajo condiciones de atrasadísimas y rudimentarias tecnologías significa conservar en forma combinada los sistemas de producción más primitivos, como los de tipo comunitario, esclavista y feudal. Es más, no solo se trata de mantener esas prácticas, sino agravarlas con el objetivo de retroceder a la noche de los tiempos, como establecen las disposiciones constitucionales y legales vigentes.
La producción minifundiaria está produciendo déficit en los sectores de trigo, papa, fruta y otros productos que deben ser importados para cubrir la demanda interna, mientras crecen las superficies para cultivar coca a costa de terrenos antes dedicados a producir alimentos. Por otra parte, alrededor de 500 mil hectáreas de tierras del altiplano, cultivadas desde hace cinco mil años, han sido abandonadas, lo cual permite avizorar que, más a corto que a largo plazo, lo único que tendremos asegurado será precios altos, mala calidad, escasez y hambre de la población.
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