Hacia el año 1817, el Gobernador español Juan Sánchez Lima emprendió el trabajo de construcción del hermoso paseo “La Alameda” sobre una explanada de 542 metros de largo y 40 de ancho, con cinco avenidas, la del centro la más ancha, destinada al recreo y descanso de los paseantes y los cuatro laterales para el tránsito de coches y jinetes a caballo.
Con el correr de los años, una tupida fronda de árboles y eucaliptos, álamos y coposos sauces llorones de enormes ramas, kantutas y rosas silvestres, siempre verdes y floridas por el riego de las acequias, engalanaban aquel bello paraje. Las retamas y arrayanes separaban unas avenidas de otras dando a “La Alameda” un aspecto grato para el esparcimiento y satisfacción de las familias paceñas de antaño que allí se daban cita para pasear y entretenerse.
Más tarde, en los años republicanos, “La Alameda” lucía una hermosa fuente de berenguela artísticamente tallada, rodeada de un magnifico estanque de forma oval llamado por los vecinos “El Laguito”, estaba rodeado de una reja pintada de verde, allí había patos, gansos y cisnes, peces de colores y un bote para los niños.
El encanto del paseo se complementaba con dos columnas de piedra granito en la avenida central, ellas ostentaban los bustos de bronce de los héroes bolivianos Eduardo Abaroa y José Ballivián. Unos noventa a cien bancos de hierro forjado, con varillas de madera pintadas de verde, bordeaban sus avenidas.
Al final y cerrando el paso a lo que hoy es la Plaza del Estudiante, se levantaba una enorme y ancha galería cubierta, en ella se lucía hermosas pinturas murales con paisajes marinos de veleros y barcos. Tenía grandes y cómodos asientos, desde los cuales se podía contemplar la perspectiva de todo el paseo.
El Prado o Alameda, como así se llamaba en esos tiempos, era una parecida imitación de la “Rué de Bologne” de París. El “rendezvous” de la sociedad paceña, la cual se daba cita todos los domingos y días festivos para lucir sus mejores galas y pasear cadenciosamente al son de las notas de selectas piezas de música interpretadas por bandas en las retretas del mediodía.
La elite acudía allí vestida a la última moda, las señoras de ese entonces, luciendo sombreros cubiertos de flores y encajes para verano, plumas lloronas y terciopelos para invierno también sombrillas, repletas de bordados de seda.
Por otra parte los “pijes” paceños galantes con sombrero “pajizo”, los caballeros con tongos y los doctores, políticos y personalidades que nunca dejaban de ir, con lustrosos tarros.
Las madres, abuelitas y tías solteronas se situaban alrededor del paseo, a modo de “chaperonas” fiscalizando cada movimiento de sus hijos.
A partir de 1909 “La alameda” adquirió otra fisonomía con la llegada del tranvía, algunos ciudadanos aristócratas empezaron a construir a su alrededor modernos “chalets” de estilo versallesco, muchos de los cuales aún perduran conservando su belleza.
En 1925, año del Centenario de la Republica, el presidente Bautista Saavedra dio orden para hacer talar todos los arboles de la bella Alameda, fue así que de la noche a la mañana apareció sin un solo eucalipto.
La protesta fue unánime, nadie podía creer que por una simple ordenanza municipal, el paseo se quedara sin esos árboles. Los eucaliptos que fueron nido cayeron, dejando a las palomas revoloteando inútilmente en torno a los arboles amigos. Con ello El Prado perdió uno de sus más gratos encantos.
A partir de esa fecha y con la llegada de los automóviles, fueron desapareciendo las carrozas, los coches, los corsos de flores, las retretas y los piropos, así se fueron también los saludos y todas aquellas costumbres tan bonitas de antes.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |