Clepsidra
Estremecedor y desconcertante es el balance que, después de quince años de regímenes pseudodemocráticos, nos vienen presentando los países que optaron por la vía del Socialismo del Siglo XXI para sus gobiernos, gracias al auxilio de la opulenta petrochequera chavista; al dudoso estado mental de su portador; y a la voracidad patológica por el dinero, de parte de los parásitos que han llevado a la quiebra al país venezolano.
El epílogo de este trágico modelo socialista, que se instauró en varios países de la región bajo la muletilla del vivir bien y el respeto a los derechos humanos, devino en una espantosa carencia de alimentos, medicinas y en los continuos y cotidianos cortes de los más elementales servicios de agua y energía eléctrica, definiendo a la rica Venezuela, como una virtual zona de guerra.
Con el mayor cinismo, propio de estos ocasionales gobernantes que atribuyen tales desventuras al fenómeno del Niño en Venezuela, al del cura en Paraguay, al de la niña en Bolivia, o al de las veteranas en Argentina y/o Brasil, como si ese crío hubiese sido el responsable de la conservación de la central hidroeléctrica del Guri, otrora considerada la cuarta central más grande del mundo y con una capacidad que hasta le permitía abastecer de electricidad al norte del Brasil, tras el advenimiento del populismo chavista fue abandonada a su suerte, al igual que las refinerías de petróleo que explotaron por falta de mantenimiento.
A fin de distraer a sus súbditos de la falta de soluciones concretas y eficaces a la difícil situación, el inmaduro autócrata echó mano a la misma farsa de su finado micomandante, cuando recomendaba el racionamiento de energía mediante el baño de tres minutos o el cambio de media hora en el huso horario, etc. y, dándoselas de estadista innovador, complementó dichas medidas con otras más risibles aún como: la eliminación de los días viernes de la semana laboral y la restricción de los secadores de cabello. Sólo le faltó advertir a los venezolanos que huyen del país que “el último no olvide apagar la luz del aeropuerto”.
Es bueno recordar que: “cuando la mitad de la población llega a la conclusión de que no necesita trabajar porque la otra mitad va a cuidar de ella, y cuando la otra mitad llega a la conclusión de que no vale la pena trabajar porque otros van a disfrutar de su trabajo, estamos ante el principio del fin de una nación”.
En esta situación y otras parecidas, ahora que el Perú nos volvió a alegrar con la elección de Keiko Fujimori, se ha confirmado aquella antigua sentencia que reza: “La gente de derecha inventa sin cesar nuevas ideas, pero cuando éstas ya están usadas, la gente de izquierda las adopta”. El resultado de esas elecciones, así como la victoria que entronizó a Mauricio Macri en la Argentina, nos devuelven la esperanza en el cambio de la irracionalidad por la cordura y en esa democracia que debe ser algo más que dos lobos y una oveja votando sobre lo que van a comer, sin el temor a recibir las facturas de un populismo socialista.
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