El dicho popular sostiene en una parábola que la política es una rueda y que con el tiempo sus protagonistas están arriba y después abajo. Esa comparación es aplicable al momento histórico actual del país.
En efecto, hasta hace un año el Gobierno estaba a la ofensiva y la oposición a la defensiva, situación que cambió por problemas que explotaron ruidosamente (Fondo indígena, barcazas chinas, crisis económica externa e interna, etc.), causando grave desprestigio. Para completar ese panorama estalló el caso Morales-Zapata. Además, para entonces, el gobierno de Morales ya había sufrido dos derrotas electorales, la primera en las elecciones para alcaldes y gobernadores y el referéndum para las autonomías que le dejaron bastante maltrecho.
En medio de esa visible decadencia se agregó el desastroso resultado del referéndum para la reforma de la Constitución, el mismo que constituyó otra derrota electoral contundente para el régimen, del cual no pudo sobreponerse, pese a las grandes campañas de publicidad y los esfuerzos presidenciales de mostrar un ambiente de progreso, inaugurando obras de mínima cuantía y ofreciendo millonarios proyectos en los más alejados puntos de la geografía nacional.
La decadencia oficialista terminó por llegar a su culminación por el escándalo del supuesto tráfico de influencias del caso Zapata y otros asuntos, como el fracaso de Lliquimuni, derrotas en el fútbol internacional, la implicación de algunas altas autoridades en el affaire de la CAMC, los aviones chinos, el contrabando y otros. Más todavía, un enfrentamiento con la Iglesia, la marcha de personas con discapacidad, la creciente oposición parlamentaria y otros, algunos de los cuales Evo Morales atribuyó “al imperio”.
A esa crisis interna se suma la sostenida caída de precios de materias primas, la caída del valor y volumen de las exportaciones, la reducción de la producción interna, las denuncias de tráfico de cocaína, la aguda crisis del sistema judicial y muchos otros asuntos menores que, además, no serían invento de la oposición sino que surgen de la misma realidad.
El panorama adquiere mayor envergadura por el derrumbe del proyecto del “socialismo” del Siglo XXI a nivel continental, situación que sintetiza una periodista indicando que “Este terremoto político no es un hecho aislado en América Latina… Al mismo tiempo que Dilma y Lula, líderes del Partido de los Trabajadores pierden popularidad en Brasil, Argentina abandona más de una década de kirchnerismo al elegir a Mauricio Macri como su presidente. Solo un mes después, la oposición venezolana obtiene la victoria parlamentaria contra el gobierno de Nicolás Maduro y Evo morales pierde un referéndum que lo inhabilita como candidato en las próximas elecciones”. Además, se debe recordar el derrumbe “izquierdista” en Uruguay y Ecuador y no menos en Honduras y Nicaragua.
Sobre mojado, llovido. En Perú ganó las elecciones la candidata anti populista Keiko Fujimori, mientras parecería que los días en el poder de Dilma y Lula están contados, todo lo cual permitiría comparar la situación oficialista boliviana como una cáscara de nuez sin brújula y haciendo aguas en medio de un mar embravecido.
En todo caso, el régimen tiene una ventaja: la inocua oposición que no evalúa la situación política, en su lentísima percepción de la realidad y sin mover un pelo considera sus triunfos como derrotas y las derrotas oficialistas como victorias, lo cual, sin embargo, no cambia la nueva relación de fuerzas políticas que existe en el país, la que además de ser independiente de la voluntad de los individuos, acentúa la ofensiva opositora y erosiona con gran rapidez la defensiva oficialista inspirada en la musa de la “mala pata”.
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