El epígrafe nos inclina a la reflexión, pues cuanto más estamos tan atareados en nuestras persecuciones materiales, tanto más desaparecerá Dios, entonces, démonos cuenta que nuestra vida requiere una reflexión constante, profunda y diaria para encontrarnos con Dios. Pero, ¿cómo se encuentra a Dios?, simplemente pensándolo, citándolo, leyéndolo, consultándole antes de actuar y hasta defendiéndolo ante voces adversas; de esta forma se crea en el ser humano la necesidad de involucrar a Dios, con estas acciones y el pensamiento, en todos nuestros actos terrenales y tal calidad de vida reanima nuestra aletargada fe y la acrecienta, debido a que no se puede obtener la paz ni la riqueza espirituales si es que no sabemos inducir con nuestros actos el crecimiento de nuestra fe.
En la religión es determinante comprender que no existe el ver para creer sino el creer para ver, lo cual es diametralmente diferente tanto en la acepción como en logro espiritual. No se puede encontrar a Dios ni descubrirlo si no se comprende que la fe es la única posibilidad de elevarse a otro ámbito, desaferrándose de la obsesión por las cosas terrenales, aunque es menester aclarar que las cosas materiales deben atenderse, pues Dios no sería justo si no nos dejase corresponder a nuestra naturaleza humana, consecuentemente imperfecta, empero, jamás esta necesidad debe sobrepujar lo espiritual y es este preciso punto de inflexión que nos provee equilibrio y ponderación en nuestros actos.
La fe significa fe en Dios y denota la convicción religiosa, aunque no se apoye en la revelación divina y es una decisión libre y moral de las personas, por el contrario, la incredulidad es la falta de fe en la revelación y también la carencia de toda fe en Dios, siendo más o menos un sinónimo de ateísmo.
Lo importante es reflexionar sobre la indiferencia y el desvío de nuestra obligación de cultivar nuestro espíritu, con la manida excusa de que estamos ocupados con las exigencias de la vida; esto colisiona e implica culpa cuando se rehúsa la fe a sabiendas del hecho de la revelación o las razones suficientes a favor de la existencia de Dios. Entonces, no podemos ingenuamente aludir el abandono de Dios, cuando vivimos vicisitudes difíciles, si no hemos erigido una fe siempre in crescendo y estructurando una comunicación íntima de Dios.
Normalmente, cuando nosotros abandonamos a Dios y suceden desgracias tanto a nivel del entorno familiar o colectivo, recurrimos a visitar la iglesia y a encender velas, olvidando que se requiere una actitud creyente, convicción y la confianza inconmovibles por la duda, firmes e intensamente penetradas de sentimiento, con que alguien se adhiere con fervor, fe y continuidad a la persona o cosa que cree; imaginemos entonces que esa persona es Dios.
El autor es abogado, escritor, catedrático.
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