José María Jiménez Ruiz
Todos somos únicos y distintos; con derecho a desarrollar nuestro yo más auténtico. Un esfuerzo por desarrollar y potenciar nuestra personalidad. Como dice el sabio Dale Carnegie: “Encuéntrate a ti mismo, recuerda que no hay nadie como tú”. Pero no siempre pensamos así. A veces entramos en trajes cortados de lo que otros dicen que somos o debemos ser. Nos atribuyen papeles como “el bueno”, “el listo”, “el vago”, “el gracioso”, “el constante”, “el huraño”, “el generoso”, “el inteligente, pero nada trabajador”, “el envidioso”. Supone un problema no ser consciente de esta situación. Obligados a actuar de acuerdo con el rol que les ha sido asignado porque sólo así son reconocidos por los otros o experimentan lo que consideran como su más específica identidad. Ser auténtico es dejar de ser esclavo de las configuraciones que nos quieren imponer desde fuera.
“Pertenecer al rebaño es fácil porque sólo hay que hacer lo que hace el resto”, según cuenta Margarita Mazo en su libro El rebaño. Convertirse en un número más de una manada a la que se le dicta qué pastos debe consumir y en qué abrevaderos debe saciar su sed. Se imponen los senderos a seguir y se le marcan los pasos a dar. Copias unos de otros.
Un ser humano es auténtico cuando se desarrolla de acuerdo con su verdadera naturaleza. Ortega y Gasset habló del “yo auténtico “como del “yo insobornable”. El yo que apuesta por ser fiel a sí mismo. Por el contrario, el hombre o mujer que ha dejado de tener una vida propia y ha dado la espalda a su verdadera vocación es inauténtico.
Con frecuencia suelen considerarse como equivalentes los conceptos de sinceridad y autenticidad pero no deberían ser confundidos. Sinceridad es la adecuación entre lo que se piensa o se siente y lo que se dice. Pero la autenticidad tiene que ver con la fidelidad a nuestro yo y con la coherencia respecto a lo que ese yo nos exige en cada momento. Uno es auténtico cuando ha asumido un compromiso de fidelidad hacia su propio yo y desde él trata de aclarar sus pensamientos y sus sentimientos. El terrorista que vive al servicio de la ideología no puede ser considerado auténtico. Nadie se puede considerar auténtico cuando su cerebro ha sido lavado, manipulado hasta extremos que reducen su personalidad orientada a la destrucción o al mal.
Ser auténtico quizá signifique, más que nada, ser honesto consigo mismo. No tanto no mentir a los demás, cuanto no engañarse a sí mismo. Quizás esto nos exija diseñar modelos educativos que inviten a los menores a ser fieles a ellos mismos. Desde la conciencia de que cada persona es distinta a los demás y tiene derecho a que se respete su originalidad. No aceptar a cada uno tal como es significa forzarle a traicionarse a sí mismo, a imponerle, de alguna manera, la obligación de incorporar a su vida una máscara y asumir la imagen social de lo que de él se espera. Aunque eso suponga la renuncia a coincidir con su yo más profundo.
Nadie puede educar en la autenticidad si no mantiene la coherencia personal. Quien no es sensato con lo que exige y la conducta que él mismo observa está incitando a la confusión de los menores. Es fundamental evitar proponer valores en los que uno no cree.
Educar con la tranquilidad de que uno puede convertirse en fotocopia de modelos impuestos por quienes son más hábiles en la manipulación de las conciencias. Que se comprometan a ser aquello que están destinados a ser. Que no renuncien a ninguna de las infinitas posibilidades que nacen de la fe en sí mismos. Que conserven, como su más preciado patrimonio, los dones que han recibido y tengan la generosidad de trasmitirles a los demás la riqueza que tiene su corazón. Que se sientan felices y orgullosos consigo mismos, satisfechos de su modo de ser.
El autor es Terapeuta familiar y vicepresidente del Teléfono de la Esperanza.
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