II
Sin embargo, así como en Bolivia tuvimos que recurrir a un árbitro y se dio una actitud personal acorde para resolver nuestras discrepancias por ausencia de una institucionalidad adecuada para lograr soluciones útiles cuando existe un conflicto sea político, económico o social, en el caso de la aplicación del “impeachment”, para juzgar a la actual mandataria brasileña Dilma Rousseff también fue necesario que se den ciertas circunstancias y condiciones que de por sí constituyen algunas lecciones importantes que debiéramos imitar. Especialmente cuando existen Estados desmantelados institucionalmente, donde prima la discrecionalidad y el exceso del poder más allá de las “competencias” que le asignó el mandato popular a través de su voto.
Se trata de algunos escenarios y precondiciones que dan lugar a parte importante de las lecciones que debemos aprender en este complejo sendero de la construcción de la institucionalidad democrática.
En efecto, en ambos casos, con sus respectivas particularidades, pareciera que tiene que darse una situación de crisis económica para que los actores sociales y económicos reaccionen colectivamente hacia la búsqueda de mejores soluciones, ya que en épocas de bonanza los administradores del Estado de turno gozan de popularidad, alabanza y otras bondades, hasta el reconocimiento de su poder, que se vuelve asertivo e inteligente, de manera que no caben dudas ni cuaja la crítica por muy valedera que sea, aunque se vislumbren horizontes llenos de nubarrones o se den “modelos” que aparentemente son adecuados pero que no resisten a la menor brisa contraria o negativa convirtiéndolos en reversibles.
En cuanto a los factores institucionales el “impeachment” pareciera que solo podría funcionar en la medida en que existan “pesos y contrapesos”, así como una clara “independencia de poderes” como se ha visto en el caso del Brasil. Especialmente este último aspecto, donde el Poder Judicial puso las piezas políticas en orden, más allá de las posiciones o popularidades que resultan ser frágiles especialmente cuando los tiempos son difíciles y no se puede ser benefactor con recursos ajenos o que pertenecen a la sociedad a través del Estado.
Naturalmente, en un contexto de “corrupción generalizada“ la institucionalidad creada para corregirla, sancionarla o evitarla en el caso que comentamos se pudo manifestar con fuerza y nitidez, dando lugar a un proceso de censura que pareciera llegará a culminar exitosamente, al contrario de lo que ocurre cuando hay concentración del poder y mesianismos desenfrenados.
Otra lección es la existencia de partidos políticos que actuaron con un sentido de patria y respeto a la institucionalidad, a fin de precautelar los “principios” que son los pilares fundamentales de cualquier ordenamiento democrático en serio, especialmente cuando se administra los bienes y recursos públicos donde debe prevalecer una transparencia sin límite y resquicios de ninguna naturaleza y especie, incluyendo el favoritismo familiar o sentimental que siempre está presente o forma parte de la naturaleza humana.
Finalmente, resta aún por ver la lección más difícil y que tiene relación con la actitud de los actores sociales y económicos que tendrán que actuar con independencia y creatividad productiva, al margen de paternalismos estatales y simples consignas, sean políticas o sociales.
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