Según Karl Marx, en la medida que las fuerzas productivas se desarrollan, el trabajador por cuenta propia tiende a desaparecer en el sistema capitalista, el mismo que termina sin poseer herramientas de trabajo y es absorbido por los ejércitos industriales de obreros. La propiedad de los instrumentos de trabajo pasa a ser de los capitalistas. En este escenario, si se elimina al comerciante y al capitalista de la actividad económica, como parte del proceso revolucionario socialista, entonces, se tiene que toda la riqueza creada por el trabajador manual se queda, en consecuencia, en su poder. Al eliminarse ambos innecesarios agentes económicos, lo que se elimina es la propiedad privada del capitalista y del comerciante. Se debe expropiar lo que el capitalista acumuló en el pasado, que son los medios de producción, porque ya de nada le sirve poseerlos cuando los obreros se hacen cargo de todo el proceso productivo. También se debe abolir al comerciante porque su actividad tampoco es ya necesaria en la actividad económica. El intercambio debe ser sustituido por la directa distribución de lo producido de acuerdo con el ideal comunista: “De cada quien de acuerdo con su capacidad, a cada quien de acuerdo con sus necesidades”. Por tanto, la producción debe llegar directamente al consumidor trabajador mediante una directa distribución. ¡Aleluya! Desaparecen las relaciones mercantiles, desaparece el mercado.
¿Pero si desaparecen las relaciones mercantiles y la economía de mercado, cómo se debería desarrollar el proceso económico? Como la propiedad expropiada a los capitalistas pasa a ser propiedad común de los trabajadores, “propiedad del pueblo”, el Estado en su representación pasa a ser el que administra la asignación de los recursos económicos ya no mediante relaciones de intercambio sino mediante el plan económico, elaborado por el Estado y con la participación de los trabajadores, de los “movimientos sociales” diríamos ahora, instrumento por el cual se programa la producción de bienes y servicios que son necesarios para la satisfacción de las necesidades de los trabajadores. El plan -en teoría- pasa a ser el medio por el cual se hace una asignación física de los recursos -no monetaria ni financiera-. Se decide que tantas toneladas de hierro vayan a tal o cual lugar. Tal cantidad de carbón a otro y, así sucesivamente, se tiene que detallar toda la asignación de recursos que requiere cada una de la actividades productivas de una nación. En lugar de que la actividad económica se desarrolle por medio de los incentivos económicos, como son los precios y la ganancia, en la sociedad socialista se debe hacerlo directamente apuntando el objetivo de la satisfacción de las necesidades calificadas como tales por el Estado.
Bajo esta concepción ideológica se llevó a cabo la victoriosa revolución socialista en Rusia en 1917. Expropiadas las industrias y los bancos, bajo el título de nacionalización, implantando el salario en especie, el Estado Soviético se introdujo en complicados procesos que llevaron a la economía al desastre.
No se requiere ser muy perspicaz para darse cuenta que ese proceso es absolutamente inviable en la medida que las actividades económicas se complejizan. Es posible que se pueda tener algún éxito si se trata, por ejemplo, de manejar actividades correspondientes a un conjunto reducido de fábricas que componen lo que se denomina la industria pesada, pero jamás para una masiva industrialización de bienes de consumo y de servicios, como el que se ha dado en el mundo moderno.
Años más tarde, Lenin viendo que la economía se había desplomado completamente dispuso lo que se conoció como la “Nueva Economía Política” (NEP), decisiones de política que reconocían que no se podía eliminar las relaciones mercantiles, las relaciones de mercado, los precios ni el dinero. No se podía eliminar al mercado ni a los precios. Lo que se podía era fijar precios -políticamente- por parte del Estado y en función a estos asignar los recursos económicos en aquello que él mismo considerase conveniente. De esta manera se restituyó el salario en dinero.
Si inicialmente se creyó posible que en grandes y masivas asambleas los trabajadores podían definir: ¿Qué, cómo y para quién producir?, pronto se dieron cuenta de que esto era puro romance y presurosamente se vio cómo una burocracia estatal se hacía cargo de este complejo proceso de manera autoritaria, burocracia que respondía a las instrucciones del “Comité del Plan de Estado”, subordinado al Comité Central del Partido, para terminar en el omnímodo poder del Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. A esto se llamó totalitarismo.
El autor es profesor Emérito de la UMSA.
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