[Isabel Velasco]

La Rosalía y el Mariscal


En el antiguo barrio de la Riverilla, segunda cuadra de la calle Juan de la Riva, en la casa marcada con el No. 249 nació y vivió Rosalía Cortez y Silva, una bella y encantadora muchacha perteneciente a una familia de estirpe española de respeto y reputación, conocida en La Paz con el sobrenombre de “Los Marotos”. Fueron sus padres don Juan Cortez y García español y su madre Teresa Silva nacida en La Paz. Dña. Antonia Cortez y García, tía carnal de Rosalía, era esposa del Tte. Gral. y Brigadier español Rafael Maroto, quien en 1818 fue nombrado por el Rey Gob. Intendente de la Provincia de la Plata y Presidente de la Real Audiencia de Charcas con el título de Conde de la Casa de Maroto.

De esta familia de godos y realistas procedía Rosalía, la misma que como burla del destino se entregó en cuerpo y alma al vencedor de los peninsulares en Ayacucho, el Gran Mariscal Antonio José de Sucre.

Pasados los 15 años de la contienda entre patriotas y realistas, cuando el triunfo coronó todo sacrificio, llegaron los días gloriosos, las dichosas jornadas de la proclamación de la nueva república y el júbilo al saber la noticia de la llegada de los libertadores a la ciudad de La Paz.

El 7 de febrero de l825, al llegar el Mariscal de Ayacucho entre los muchos agasajos y actos programados en su honor se realizó un “sarao” al que concurrió lo más selecto de la sociedad paceña. Entre el público femenino se vio a Rosalía Cortez y Silva encantadora y atractiva.

Para la llegada de Simón Bolívar dice que en esos días en el Puente de Coskochaka, actual Plaza Vicenta Juaristi Eguino, se había levantado un enorme y grandioso arco adornado de flores, cintas, banderas rojas y verdes y en aquel atrio a la entrada de la Calancha de un lado a otro de las veredas se hallaba en formación combinada un grupo armonioso de bellas señoritas adornando con sus encantos el altar de la Patria recibiendo al Libertador. En medio de esas preciosas beldades relucía la presencia de Rosalía Cortez y Silva luciendo su juvenil hermosura, las señoritas acompañaban a la heroína Vicenta Juaristi Eguino.

Eran mediodía cuando la comitiva bajó por la calle del Panteón, actual calle Tumusla. Bolívar y Sucre, luciendo vistosos uniformes militares de gran parada, cabalgaban briosos caballos y junto a ellos estaban el guerrillero Miguel García Lanza, personalidades y jefes militares. Tan pronto como el cortejo llegó delante del portón de recepción, dicen que Dña. Vicenta le entregó la “Llave de Oro” con la que el Libertador abrió las puertas de la ciudad en la que se había lanzado el Primer Grito de la Independencia Americana el 16 de Julio de 1809 por don Pedro Domingo Murillo y los héroes de la revolución.

Estrechos, emocionantes y sinceros abrazos unieron los corazones de aquellos héroes: Bolívar, Sucre, Lanza y Eguino rodeados de las preciosas señoritas y en medio de ellas luciendo su belleza Rosalía Cortez y Silva, quien entre los vivas y hurras del gentío, lucia imperturbable al lado del Mariscal.

A este agasajo siguieron otras fiestas a las que nunca faltó la silueta esbelta de la doñita Rosalía, siempre al lado de Antonio José, a punto que dicen que Bolívar le llamó la atención. La sociedad no pasó por alto estos devaneos amorosos del Mariscal, quien en su delirio cariñoso mandó al artista chuquisaqueño Manuel Tovar pintar el retrato al óleo de esta hermosa Rosalía.

Los comentarios pasaron por encima de la gloriosa espada de Sucre y de la impavidez y el descoco de la Rosalía. El pueblo ya no lo llamaba el Mariscal de Ayacucho sino le puso el sobrenombre de Mariscal Maroto.

En ese primer carnaval republicano, los ciudadanos votaron la casa por la ventana celebrando la liberación de la nueva patria de la colonia española y la juventud bailaba y cantaba en rondas y pandillas por calles y plazas un alegre huayñito o pasacalle: “Donde está el Maroto? En la Riverilla. Buscando airampu pa’la tempranilla.

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