En tiempos en que la seriedad, agresividad y la intolerancia son más frecuentes de lo que racionalmente puede esperarse, al distinguido escritor Milan Kundera, de nacionalidad checa, se le ocurrió escribir todo un libro sobre la Insignificancia.
Sólo el vocablo induce a suponer que ella no merecería mayor atención, pues el carácter valorativo que tiene es ya bastante expresivo para ser subestimado. Sin embargo, el que Kundera le hubiera dedicado toda una obra literaria, que además atrajo la atención de miles de lectores, quiere decir que las ideas sobre estética siempre son aleccionadoras, asimismo, muy sugestivas para cualquier mente que tenga por lo menos un ápice de humor, por lo menos.
Pero Kundera no se limitó a darle relevancia literaria al término, sino que la encumbra al nivel de darle un carácter alegórico y, obviamente, muy atrayente. El título que le dio a su creación llega a la exquisitez expresiva. El mismo tiene este alcance: “La fiesta de la Insignificancia”. Fue editado el año pasado y mereció una sorprendente acogida, quizás por la curiosidad y tal vez porque el vocablo no era tan banal. Más todavía, causó curiosidad que este vocablo mereciera un libro y nada menos que de Kundera.
En la presentación de su obra, el autor consigna este lúcido párrafo:
“La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla, hay que amare la insignificancia, hay que aprender a amarla”.