Hernán Maldonado
En la década de los 60-70 Venezuela se convirtió en el santuario de los perseguidos políticos de las dictaduras que asolaban el continente. Los exiliados no solo encontraron refugio, sino empleos en el sector privado, el público y en las universidades, para que pudieran subsistir dignamente.
Conocí de cerca varios casos, como el del abogado, filósofo y ex ministro chileno Jaime Castillo Velasco, fundador en Caracas en 1978 del Comité de Defensa de los Derechos Humanos. Fue denodada su lucha por regresar a su país, bajo la premisa de que no había ninguna ley que lo obligara a vivir fuera de Chile.
En Venezuela gobernaba Carlos Andrés Pérez, social demócrata, Castillo Velasco era un prominente miembro de la democracia cristiana. Llegaban exiliados de todas las tendencias, principalmente de El Salvador, Bolivia, Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay. Aunque Pérez reanudó nexos diplomáticos con Cuba, la esposa de Armando Valladares inició en Caracas la gran lucha por la liberación de uno de los más famosos presos de la dictadura castrista.
Es también histórico cómo Pérez llevó clandestinamente desde el exilio a Madrid al líder socialista español Felipe González, en el propio avión presidencial venezolano durante una de sus visitas oficiales. Y ni qué decir cuando apoyó, primero a los sandinistas en su lucha contra el dictador Anastasio Somoza, y después a Violeta Chamorro (lo que le costó el cargo en su segundo periodo).
Pero hoy a Venezuela nadie la ayuda en su lucha contra la dictadura chavista. Las ciudades sin electricidad, con agua racionada, con enormes colas por alimentos, medicinas y una inseguridad rampante que en estos 17 años ha causado la muerte de un cuarto de millón de venezolanos asesinados por el hampa, la mayoría jóvenes.
Hasta el 2013 Venezuela contaba con gigantescos recursos por el alza de los precios del crudo y Hugo Chávez compró lealtades internacionales, tratando de erigirse en líder mundial. Se apoderó de la OEA con el voto de los países-islas del Caribe a los que financió entregándoles petróleo barato. Los otros países abrazaron su causa del “socialismo del Siglo XXI” y le rindieron pleitesía porque con el dinero en abundancia el chavismo se convirtió en el mejor comprador.
Al Brasil de Lula se le compraba de todo, desde lápices que antes producía Venezuela. A Argentina le ayudó a pagar su deuda externa. A Uruguay le compró carnes y leche y le regaló $10 millones para el Hospital de Clínicas. Financió campañas electorales en varios países y puso en el poder a Evo Morales en Bolivia.
Ahora Venezuela padece lo que de 1997 al 2003 padeció Liberia bajo la autocracia de Charles Taylor. Las atrocidades que cometía eran miradas con indiferencia o eran apenas denunciadas. Causó una guerra civil atroz (1999-2003) con miles de muertes no solo por el conflicto, sino por falta de alimentos, medicinas. El país estaba destruido cuando fue obligado a renunciar y se escapó a Nigeria.
El antiguo guerrillero, entrenado en la Libia de Khadafy, fue capturado cuando huía a Sierra Leona, en un vehículo repleto de dinero y drogas. Fue repatriado a su país y de allí enviado a la Corte Penal de la Haya, donde el juez Richard Luisick lo sentenció el 2012 a 50 años de cárcel por 11 cargos por sus “horribles crímenes contra la humanidad”.
Hoy Venezuela lucha denodadamente contra la dictadura chavista, que simula ser democrática, pero que burla la voluntad popular expresada el 6 de diciembre cuando eligió a una Asamblea Nacional de mayoría opositora. Nicolás Maduro ordena a su Tribunal Supremo de Justicia que anule todas las leyes que son aprobadas. Y el pasado fin de semana hasta dispuso que corten la electricidad al edificio del parlamento.
Maduro y sus secuaces ¿estarán enterados de que no prescriben los delitos contra los derechos humanos? Si no es así que se lo pregunten a Charles Taylor.
Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de la ANF de Bolivia.
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