Clepsidra
Cada vez es mayor y más frecuente el número de individuos que aspiran a comprender la meteórica, sorpresiva, como indetenible carrera victoriosa del candidato republicano Donald Trump, en su calidad de representante de su partido a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, habiendo conseguido hasta la fecha el apoyo de más de 1.000 delegados y está próximo a alcanzar el número mágico, consistente en 1.327 delegados, que lo habilitaría automáticamente con el agravante de que, por los reglamentos del partido, sería imposible escamotearle esa victoria a riesgo de dividir el partido y, por ende, lastimar irreversiblemente la democracia norteamericana.
Para entender el fenómeno de este raro espécimen de gringo, que pareciera encarnar mejor que nadie el “Ugly American” o el americano feo, con ese rostro y actitud arrogantes descrito hace más de 40 años por Eugen Burdick y William J. Lederer, nos debemos remontar obligatoriamente a la epidemia de populismo que aqueja a varios países del planeta, y de la cual los norteamericanos no han salido ilesos, y los latinoamericanos vamos curándonos muy lentamente. Tanto él, como ejemplar de la más extrema derecha, así como Berni Sanders, el anciano que encarna el populismo socialista, son los más nítidos referentes de esta aseveración, pues los términos de campaña utilizados por ambos, jamás habrían sido concebibles en los EEUU hasta hace apenas cinco años.
Ahora bien, basándonos en los valores sobre los que fue creada la sociedad norteamericana, como: el individualismo, la democracia representativa, sujeción ciega al imperio de las leyes, aprecio por la libre empresa, respeto a la propiedad privada, el trabajo y especialmente un profundo temor a Dios, entre muchos otros, resulta difícil asimilar este fenómeno, salvo que su origen esté en la total indiferencia por la política, tanto interna, como externa, de un gran segmento de su población.
Ante esa indiferencia, estamos seguros que el WASP: los White, anglo-saxon, protestants, una suerte de supra-estado que acompañó a la nación desde su fundación, hace 340 años, tiene todavía el poder suficiente para determinar e identificar los peligros que acechan a la unidad de su sociedad, cada vez más abigarrada y compuesta por un conglomerado donde conviven blancos, latinos, negros, asiáticos, religiosos creyentes y ateos, y detectar los posibles peligros a su integridad, manteniendo esos valores y principios que forjaron la Unión.
De ahí que cuando Trump toma para sí el lema de “Primero EEUU” y promete, en medio de frases soeces e insultos, hacerlo nuevamente grande y poderoso, asumiendo su defensa contra quienes osaren hacerle daño, despierta a esa multitud indiferente y les crea un sentimiento nacionalista, semejante al que Hitler logró despertar en la Alemania de los años 30. No vemos otra manera de explicarnos el fenómeno Trump.
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