Los hombres y pueblos amantes de la libertad y de la justicia, haciendo abstracción de posiciones antagónicas y tan solo pensando en la vida a que tienen derecho todas las generaciones, han buscado descubrir y perfeccionar las ciencias, la tecnología, las artes y todo medio o sistema que permita alcanzar altos niveles de vida al ser humano. Esos países y hombres de todas las generaciones, han cifrado su poder en el amor y el servicio, en los anhelos y ansias de lograr condiciones que sean propicias para mejorar la vida y lograr altos índices de civilización, desarrollo y progreso; pero…
Al margen de todo ello, muchos hombres y países se han esmerado en que la ciencia y la tecnología sirvan también a la producción de armas perfeccionándolas en grados extremos y, en casos, utilizando medios científicos y tecnológicos superiores a los invertidos en los campos de paz y progreso. Ello ha determinado que en todo tiempo los enfrentamientos y las guerras hayan alcanzado proporciones apocalípticas causando la muerte de millones de personas, la sobrevivencia de miles de millones de heridos y la pérdida de cuantiosas riquezas que beneficiaban a la civilización y que ayudaban al encuentro de medios, sistemas y condiciones para un respeto efectivo a los derechos humanos y a la convivencia entre todas las naciones.
La carrera armamentista de los países que se han convertido en una especie de caudillos y que, atenidos a su poder, han propagado guerras y enfrentamientos entre naciones utilizando el sofisma: “Si quieres la paz prepárate para la guerra” (Si vis pacem parabellum); es decir, mostrando la falsa premisa de que “sólo las guerras aseguran la paz” cuando, siempre supieron que las guerras sólo eran cimiento de nuevas guerras y medios para conseguir su gran objetivo: el hombre es el peor enemigo del hombre, puesto que toda guerra es para eliminar, asesinar, matar al hombre y destruir todo lo que puede ser necesario para su vida.
Los extremos armamentistas han llegado a grados inconcebibles, como es el caso del estallido de dos bombas atómicas en Japón; una en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y otra el 9 del mismo mes y año en Nagasaki con el saldo de miles de muertos y muchísimos miles más condenados a soportar las consecuencias de la radiación nuclear hasta terminar sus días en medio de grandes dolores. ¿Qué se ha logrado con ello? La rendición del Japón luego de una cruenta guerra mundial entre 1939 y 1945 que tuvo como saldo millones de muertos. Los extremos se han sucedido con otras guerras hasta nuestros días y que arrojan millones de víctimas fatales.
El armamentismo ha llegado al extremo de poseer poderes omnímodos como son el narcotráfico, la delincuencia en todas sus formas, dando lugar a la matanza irrefrenable de miles de personas. Esos extremos han sustentado la vida de muchos dictadores y tiranos que cifrando su poder en posiciones hegemónicas, ambiciones de toda laya y transgresiones a leyes sustantivas, han sojuzgado a pueblos y han abusado del poder para adquirir más poder.
Los extremos, cuando están respaldados por la fuerza de las armas violan todo principio que sustenta la fuerza del Derecho que es el cumplimiento de las Constituciones, las leyes y los principios de derechos humanos. Son extremos que, abusando de ese respaldo que consiente la consumación de cualquier violación con simples tintes de legalidad que los pueblos saben cuánto de contrario a las leyes tienen. La supremacía armamentista ha colocado sobre el mundo una “espada de Damocles” al contar con arsenales que bien podrían destruir el planeta Tierra tan sólo con el 5% de las armas nucleares desde aire, mar y tierra.
Hace pocas semanas, el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, pidió que “el mundo tenga el coraje de disminuir el potencial bélico” de las grandes potencias. Muchas veces en el pasado se lanzó similar pedido, pero más pudo la soberbia y las ambiciones que desoyeron todo e insistieron en armarse más y experimentar con más poder nuclear hasta el extremo de que países pobres consideren “necesario contar con potencia nuclear” así sus pueblos pasen hambre y necesidades y se suman en más pobreza.
La sugerencia del presidente Obama queda, pues, en eso, un simple pedido para cumplir con un anhelo largamente deseado por la humanidad. El pedido queda corto en sí mismo, porque no se debería reducir sólo la posesión de arsenales sino suprimirlos, especialmente aquellos referidos al campo nuclear; mientras no haya anulación total del armamentismo con fines bélicos, el mundo no podrá vivir tranquilo y, al contrario, seguirá en los caminos de incrementar la pobreza de los más, sembrando más enfermedades y restando posibilidades y esperanzas de mejores días para las generaciones.
EEUU es víctima, más que otros, de la acción de las armas puesto que sádicos y asesinos cometen crímenes de toda laya hasta el extremo de invadir colegios y quitar la vida a niños porque el terrorismo tiene en las armas los instrumentos para imponer lo que quiere y evitar que la humanidad viva en paz y concordia. No actuar constructiva, honesta y responsablemente en la reducción y supresión de armas, es condenar a toda la humanidad a un cataclismo por obra de quienes pregonan paz y armonía sembrando más muerte y destrucción.
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