En 2014, por Decreto Supremo 1.359 se prohibió el uso de explosivos y dinamita en manifestaciones públicas. Un obrero había sido alcanzado por un “cachorro” en la sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia en el Prado de La Paz. Desde luego, no fue el primer ni el único caso, en ocasiones como arma de ataque y en otras por mala manipulación. Sin embargo, el 1 de mayo de este año, también por decreto supremo, se derogó dicha disposición y se autorizó el empleo de dinamita en actos callejeros protagonizados por los “movimientos sociales”.
Desde todo punto de vista se trata de una medida extraña, inadecuada y portadora de muchos peligros, al punto que el mismo día de su promulgación se autoeliminó un ciudadano en el intento de hacer explotar dinamita. Como sede de Gobierno, La Paz es centro de la protesta o de los actos de auspicio oficial, con uso indiscriminado de explosivos en plena vía pública, provocando pánico y desasosiego entre peatones y transeúntes de toda edad y condición.
Quienes emplean estos elementos letales lo hacen también con fines intimidatorios y para imponerse mediante el recurso del miedo. Es una amenaza latente para descontentos, disidentes u opositores. Expone al país a más de un motivo de crítica. En el exterior quien porte, detente o use explosivos no tiene otro calificativo que terrorista y debe esperar la aplicación de las leyes condignas. Por supuesto, ningún Gobierno se aviene a que la dinamita y sucedáneos sean de uso común y corriente.
Desde ya en todo el territorio nacional y año redondo la población sufre el espanto de los llamados “petardos”, de tan alto poder que por poco se igualan a dinamitazos. Desde fiestas populares, festividades religiosas y, cómo no, marchas cotidianas, abunda este tipo de estruendosas manifestaciones. Su venta es irrestricta y es escaso el control municipal. A su vez, los petardos cuentan en su haber una serie de víctimas, en este caso, especialmente niños y niñas.
Si no pocas veces fueron descubiertos alijos de dinamita para comercialización o sabe Dios tras qué otros fines, sus portadores podían ser detenidos o investigados; de ahora en adelante saldrán con el fácil expediente de que su destino es tal o cual marcha o mitin de los muchos que a diario se ve. Menudo favor a la población y arma de ataque e impunidad para los menos.
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