Hace ya 12 días que la Plaza Murillo está aislada del resto de La Paz. Con cercos de rejas, las casonas históricas que la rodean son testigos mudos de la soledad de las palomas, que ni siquiera ya se posan en los monumentos que animan el histórico lugar.
No tienen alimento ni la compañía de la gente que visitaba el lugar. El “Kilómetro Cero” del país se convirtió en un paraje desértico, en especial los fines de semana. Sólo se divisa a los soldados que en silencio resguardan el Palacio de Gobierno.
La plaza que otrora, en fin de semana, se llenaba de turistas y familias, ahora yace solitaria. En tanto, muchas aves, símbolos de la paz, esperan hambrientas a quienes hace semanas las visitaban y alimentaban alegremente.
Detrás de las rejas se pueden observar a decenas de policías, muy bien pertrechados, custodiando las puertas, controlando el ingreso de ciudadanos con credenciales u otra prueba para admitir su ingreso a la plaza. Otros guardias, simplemente parados afuera o sentados en el interior del Palacio, esperan órdenes. Si otra fuera la lógica elegida, ellos estarían realmente al servicio de la ciudanía o disfrutando con sus familias.