Derrumbe general del socialismo

Primero fue la desviación stalinista de la práctica de la ideología socialista y, enseguida, el derrumbe aparatoso y total del sistema a partir de la caída del Muro de Berlín. Efectivamente, la práctica demostró que el “Socialismo del Siglo XX” había naufragado de manera aparatosa e irreversible. Ese resultado se produjo, además, no por factores externos sino por causas internas.

El hundimiento del “sueño socialista” encontró, sin embargo, a ciertos soñadores que consideraron que algunos países de América Latina podrían ser los herederos del sistema y que en este continente se podría salvar la tambaleante ideología poniendo en práctica el llamado “Socialismo del Siglo XXI”, que sería la tabla de salvación de la utopía.

Una de las fórmulas para aplicar el socialismo ortodoxo en naciones sudamericanas fue hacer resucitar la ideología populista, fracasada en la teoría y en la práctica desde principios del siglo pasado. Ese populismo caracterizado por tratar de construir el socialismo sobre los saldos descompuestos de la comunidad y sin pasar por la etapa capitalista, generó algunos caudillos que aprovecharon la ingenuidad de algunos sectores sociales conservadores para sembrar sus consignas.

Ese intento para instaurar el sistema socialista en América Latina pudo imponerse desde principios de este siglo, pero, naturalmente, estaba condenado al fracaso más rotundo por dos factores. Primero, porque se trataba de una ideología fracasada que nada tenía de socialismo y segundo, porque el experimento socialista ya no tenía razón de ser, pues los hechos habían comprobado que estaba condenado al fracaso, como efectivamente ocurrió en la ex Unión Soviética y sus satélites.

Es más, esos intentos socialistas, además de su final desastroso en Europa, también entraron en el camino de la impracticabilidad en China, Cuba y otros países, donde no dieron el menor resultado y donde se tuvo que rectificar los programas originales para derivar al sistema capitalista.

Pero, pese a esa demostración objetiva de que el socialismo ortodoxo terminó en un enorme cero, algunos soñadores insistieron en aplicarlo, sin tomar en cuenta, ni mucho menos, que la práctica ya lo había condenado a la tumba. Y, como no podía ser de otra manera, los ilusos y quiméricos no renunciaron a sus sueños quijotescos y se siguieron golpeando la cabeza contra la dura roca de la realidad, hasta terminar en una verdadera esquizofrenia, no sin antes enviar a los pueblos seducidos por la utopía al hambre, la miseria y el caos, como se vio en los casos recientes en Latinoamérica, tales como Cuba, Venezuela, Brasil y otros. El fracaso universal del subjetivismo político no fue tomado en cuenta y, naturalmente, terminó en la bancarrota.