Si bien por el momento las condiciones macroeconómicas de Bolivia no son más estables que en otros países vecinos, en aquellas naciones existe una mentalidad del Estado más abierta para incentivar la expansión industrial y comercial y una mejor infraestructura de los medios de transporte, disponen de un mayor mercado interno y el acceso a mercados internacionales es más fluido por convenios arancelarios vigentes.
Estos factores, que en nuestro país son un tanto extraños, determinan un cierto grado de desconfianza por parte del capital extranjero, pero pronto desaparecen cuando adquieren conocimiento de los ingentes recursos naturales que tienen nuestras regiones interiores, así como las ventajas comparativas que existen entre uno y otro océano, además de que Bolivia es un puente natural de contacto entre varios países del continente. O sea que todo este conjunto de facilidades constituye una valiosa contraparte para el inversionista privado, particularmente extranjero, que es más agresivo que el nacional en materia de negocios.
Frente a las ventajas que ofrece nuestro país de modo natural, lo que ahora corresponde es que el Estado, con una mentalidad más comprometida con los superiores intereses del país y menos entrampada con subalternos intereses políticos, trate de crear las otras condiciones estructurales que permitan estimular la inversión, desde luego, sin lastimar la soberanía nacional, a fin de revertir con propuestas serias el deprimido armazón productivo y mejorar la competitividad hacia el exterior.
Para ello, mediante una acción coordinada entre Estado, empresa privada y fuerza laboral organizada, se debería sentar las bases para una planificación estratégica de largo aliento que tenga como objetivo el crecimiento económico sostenido de la industria, el comercio y consecuentemente la generación de empleo.
Una metodología complementaria de este tipo, una plataforma hacia la transformación auténtica y no de simples maquillajes, tiene que partir, insistimos, de un CAMBIO DE MENTALIDAD para ordenar de mejor manera las inversiones, los créditos y las ayudas de naciones amigas, promover la concertación sectorial, la innovación tecnológica, mejorar y emplear la infraestructura del transporte, la seguridad jurídica, equilibrar las cargas tributarias y arancelarias y por sobre todas las cosas, subalternizar la excesiva codicia de hacer dinero fácilmente desde el Poder. Poner buena fe y voluntad para modificar un estado de cosas, que se mire por donde se mire, está siendo cada vez más crítico sin que por ello se quiera ser pesimista.
Se debe entender, de una vez por todas, que el problema de Bolivia ya no consiste solamente en elegir entre actividades primarias o secundarias, sino más bien en alcanzar la expansión equilibrada y acelerada de las potencialidades productivas y comerciales, dejando definitivamente el viejo sistema monoproductor o de simple exportación de bienes tradicionales que devienen primero de la economía de la plata y después de la economía del estaño y ahora del gas.
En esta perspectiva, adquiere singular importancia el comportamiento de una mejor oferta del sector agropecuario que ahora está localizado únicamente en el departamento de Santa Cruz, cuando es posible ampliarlo a otros departamentos que también tienen esta vocación y con variadas especies que en el presente se producen embrionariamente. A su vez el sector industrial le dará un mayor valor agregado a aquél, permitiendo a nuestro maltrecho aparato productivo levantarse de la situación de crisis en la que se encuentra.
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