M. A. Bastenier
En tiempos en que tañen las campanas por el periodismo impreso cabe preguntarse si existe algo parecido a una contraofensiva que los profesionales podamos desplegar para contener o cuando menos retrasar la implacable pero legítima condena con que amenaza Internet. Y si lo hay es el periodismo de investigación. Se trata, por supuesto, de buscar lo propio, lo que ocurre sin previsión de fecha ni horario, aquello que nos va a diferenciar de la competencia. Y téngase en cuenta que todo lo que da el conjunto de la prensa, lo que es común a todos, es ya material de segunda división. El papel se defenderá, si acaso, por la diferencia.
La primera salvedad que hay que hacer es un peligroso equívoco que puede ser devastador en la redacción; que el periodismo de investigación, recluido en una sección específica, se entienda que exime al resto de la redacción de investigar, cuando, muy al contrario, es todo el periódico el que debe moverse, aunque dentro de las posibilidades de lo cotidiano, en el ámbito de la investigación. Y, así, he visto por ese motivo abrir y cerrar secciones de investigación, en este último caso para devolver a las restantes secciones a periodistas con objeto de que no se desligaran de la investigación, aunque tuvieran que hacerlo dentro del área correspondiente.
Y con la colaboración inestimable del jefe de investigación del periódico, José María Irujo, he confeccionado un conato de guía para el periodista que a ello quiera dedicarse.
La primera consideración (A) es que se trata de una especialización y no solo por la metodología, sino por la temática. No se es periodista de investigación del Asia remota, o hasta de algo más cercano como América Latina, sino de campos perfectamente acotados: terrorismo, sucesos, partidos, ministerios, dentro de los cuales hay que aspirar a saberlo todo. Y de ahí se deduce el segundo paso (B) que son las fuentes propias, con las que no hay que negarse a negociar para acordar lo que se puede dar en cada caso, pero atendiendo siempre a que el lector debe salir beneficiado. Así podemos demorar una publicación, pero a cambio de algo, con la pretensión de que eso redunde en su día en beneficio del lector. Y el periodista, cualquier periodista, (C) está claro que debe moverse a partir de un escepticismo básico, obrar pensando que nada es a priori verdad ni mentira, que todo exige una corroboración. Pero esta necesidad adquiere características especiales en la investigación. Hay que partir de la idea de que todo es investigable, lo que va muy ligado a las declaraciones de personalidades y, en general, información pública. Nada que proceda del ámbito oficial vale por sí mismo, hasta que se compruebe, porque no hay que olvidar que esas fuentes, por arcano que sea lo que podamos sacar de ellas, son en último término la voz de su amo y pueden estar sirviendo a intereses particulares, dentro del entramado de poderes del Estado.
Ese periodista, en definitiva, que se especializa temáticamente, con fuentes propias, escéptico por naturaleza y, añádase, veterano de unos cuantos años de trabajo en la sección de que se trate antes de pasar a investigación, tiene un aliado silencioso e inmóvil en los servicios de la Administración del Estado. Hablamos de la IPP (información pública pasiva), que son los registros de la propiedad, catastros, padrones, documentación pública que hay que saber consultar. Tanto es así, que es una investigación preliminar la que debe facilitarnos la circulación por ese laberinto de oficinas, archivos, negociados en busca del vellocino de oro. Y esa infraestructura de la investigación consiste en conocer como la palma de la mano los pasillos del poder y sus servidores como secretarios de juzgado, telefonistas, porteros, ujieres.
Hasta aquí una sucinta enumeración, literalmente un ABC de condiciones y necesidades para hacerse periodista de investigación. Quedan, sin duda, vías por explorar como la utilización de Internet, y, muy notablemente, las filtraciones masivas tipo Wikileaks, que a menudo se las ha considerado una muestra de este tipo de periodismo.
Fuente: El País, 24.4.16.
El autor es periodista español.
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