Israel Adrián Quino Romero
Impactante. Pocas coberturas periodísticas describen un hecho sin necesidad de testimonios. Haber percibido de cerca la realidad ecuatoriana luego del fenómeno natural que arremetió contra la zona costera en Manabí, hace casi innecesario indagar sobre alguna versión de las más de 25.000 familias afectadas.
“¿No desea un libro?”, fue una de las frases que más me impactó mientras ingresaba a una de las riberas donde se asientan conocidos restaurantes en las playas de Manta. Un comerciante ambulante oriundo del lugar entre que me orientaba sobre el lugar y me recomendaba uno para almorzar; me vendió un pequeño texto que, paradójicamente, era sobre turismo. Luego del terremoto sus pobladores intentan retomar de a poco sus actividades, más tratándose de las informales a pesar del escenario desolador.
Más de 100 TN entre vituallas, víveres y agua fue la ayuda que el Gobierno boliviano envió a parte de la población afectada en el Ecuador. Los 7.8 grados en la escala sismológica de Ricther produjeron ya 660 muertes y más de 4.000 heridos, superando así los efectos del sismo en Perú (2007) y el más grave luego de 1999, donde las cifras en Colombia superaron las 1.000 muertes.
Es verdaderamente destacable el rol de las instituciones castrenses a partir de sus labores de auxilio y rescate, para quienes se impuso un solo símbolo: la bandera de la vida, antes que cualquier emblema regional. Durante el tiempo de mi permanencia valoré lo que un sinnúmero de sectores de diferentes poblaciones del mundo ignoramos: el rol de las Fuerzas Armadas. Militares peruanos, ecuatorianos, americanos (inclusive), y desde luego bolivianos coadyuvaron para ayudar a los damnificados del desastre.
En esas situaciones de alto riesgo es admirable la inexistencia de aquellos protocolos militares obsoletos. En Bolivia se hizo, pero éstos como otros escenarios deben ser debidamente reconocidos por los Estados del mundo hacia quienes en catástrofes arriesgan sus vidas en pro de la seguridad del pueblo, un reconocimiento especial a esos héroes no declarados.
El autor es periodista.
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