Javier González Sánchez
“Con mis maestros he aprendido mucho; con mis colegas, más; con mis alumnos todavía más”, dice un proverbio hindú. El conocimiento no sólo se encuentra en los profesores, la manera de alcanzarlo no es a través de calificaciones y exámenes. Compartir el saber es la mejor forma de aprender. Pero existe mucha reticencia en el sistema educativo europeo a los cambios. Esto supondrá que muchos jóvenes se instruyan en un modelo que no les permite sacar todo su potencial.
Cada vez hay más docentes que intentan innovar en sus aulas. Incentivan la participación del alumnado tanto en las clases como en el desarrollo de la vida universitaria. Restan importancia a las calificaciones para dársela a otros factores como el trabajo en equipo o el esfuerzo por aprender. Los más reacios a los cambios defienden que estos profesores apoyan un modelo educativo que se sale de lo tradicional. Se trata de justo lo contrario. Lo que buscan estos métodos de enseñanza es la vuelta a los orígenes de las universidades, donde los alumnos no sean los únicos que van a aprender, sino también los maestros. Una vez obtenido el título de profesor muchos olvidan que se trata de una profesión en la que no sólo se trata de enseñar a los demás; el profesor se sumerge en un proceso constante de aprendizaje constante.
Universidad procede del latín universitas, en el latín medieval se utilizaba para designar cualquier comunidad de carácter colectivo. El significado que tiene en la actualidad este término no se introdujo hasta el Siglo XIV. Con la transformación que han sufrido las universidades en las últimas décadas los estudiantes han perdido algo muy valioso: la sensación de sentirse parte de una comunidad.
María Acaso, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, define al buen maestro como aquel intelectual que es capaz de transformar la universidad a través de la creación de pensamiento crítico. El modelo educativo que defiende Acaso intenta generar espacios académicos más individualizados. Se trata de volver al concepto de comunidad académica, que el profesor no sea el único poseedor de conocimientos.
Muchos alumnos se quejan de que sus profesores no saben sus nombres ni se interesan por ellos. Un profesor que de verdad quiere enseñar a un alumno lo conoce, tiene contacto con él para saber adaptar el trato y los métodos de enseñanza más adecuados.
Hay profesores que intentan mantener una relación cercana con sus pupilos y romper este mito de lejanía entre maestro y alumno. La mayor traba que encuentran es la masificación de las aulas. Es difícil que una sola persona pueda ofrecer atención personalizada a grupos tan numerosos. El número idóneo para que un profesor pueda atender las necesidades de todos los miembros de una clase se encuentra entre 30 y 35. En un aula lo normal es que tengan que enfrentarse a más de 70 alumnos.
Algunos universitarios están tan acostumbrados al modelo de calificaciones que cuando un profesor aplica nuevas técnicas reaccionan de forma negativa. Consideran al profesor como alguien duro e inflexible que les hace trabajar demasiado. El sistema educativo genera jóvenes demasiado sensibles a unas críticas que casi nunca reciben. El alumno universitario está acostumbrado a recibir elogios a través de números en un test. Un buen profesor no es el que más suspende, pero tampoco el que tiende al aprobado general. Un buen profesor es el que te da las bases para que desarrolles tu propio pensamiento. Como decía Santiago Ramón y Cajal, los golpes de un maestro no te hieren, “te esculpen”.
El autor es periodista.
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