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La suspensión de Dilma Rousseff como presidente de Brasil y la asunción de su vicepresidente Michel Temer es un golpe mayúsculo para las tendencias de izquierda en el continente y tal vez el campanazo final para el Socialismo del Siglo XXI que hasta hace una década estuvo cerca de abarcar a toda la región sudamericana.
El impacto del cambio que se ha dado en el gigante latinoamericano se aprecia en la reacción de los líderes gobernantes de Venezuela y Bolivia, para quienes el cambio que se da en Brasil luce como un aviso muy claro de que se acabaron los días de vino y rosas en los que el gobierno del PT condonaba comportamientos de algunos de sus vecinos reñidos con la democracia. El mandato superior era favorecer un discurso regional bajo el signo de una izquierda de colores variados que iban desde el rojo intenso cubano hasta el rosado liviano de Chile y Uruguay.
Con los colores ideológicos de Cuba cada vez más opacados parece inevitable el tramonto del movimiento “sin miedo de ser feliz” que acabó eclipsando las esperanzas que había despertado en millones y que en los últimos dos años volvieron militante la disconformidad con un gobierno que presidió la mayor contracción económica de Brasil en un siglo.
Nicolás Maduro, en Venezuela, envió un abrazo solidario a su colega al denunciar que con su apartamiento se había consumado “la primera parte de un golpe de estado”. Como para curarse en salud afirmó que ahora le tocará a Venezuela, acorralada en la peor crisis económica y social de su historia, con índices de criminalidad insoportables y una escasez generalizada tan aguda como la de países europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Más que alertar, la advertencia de Maduro puede haber parecido una esperanza para muchos de sus compatriotas.
El presidente Evo Morales también rechazó el “golpe legislativo” a la colega que nunca visitó Bolivia como Jefe de Estado. El mandatario nacional no consiguió que Rousseff olvidase la afrenta que para el establecimiento político brasileño representó la toma militar de las instalaciones de Petrobras en 2006.
Salvo las manifestaciones personales y no institucionales de Maduro y Morales, ninguno de los socios brasileños en Mercosur acogió especulaciones sobre la aplicación de la “cláusula democrática” que le permitió a ese organismo suspender a Paraguay en 2012 para dar curso al ingreso de Venezuela. Portavoces del grupo subrayaron que el proceso que derivó en el enjuiciamiento de la presidente suspendida fue cumplido dentro de las normas democráticas.
En el trópico central boliviano, al norte de Cochabamba, poblaciones autóctonas y ecologistas podrían celebrar lo que ocurre en el vecino país. José Serra, el ex ministro de Salud de Fernando Henrique Cardozo, fue uno de los mayores críticos brasileños de la carretera por el Tipnis, cuyas obras ejecutaba la empresa brasileña OAS. Serra calificó esa obra como una “transcocalera” que aumentaría el flujo de drogas hacia su país. Ahora ha sido designado Canciller por Michel Temer, en el equipo de gobierno que regirá Brasil hasta fines de 2018, el período que le restaría a Dilma Rousseff, y es improbable que hubiese cambiado de idea.
Uno de los acuerdos políticos que llevaron a la formación del “gobierno de salvación nacional”, como ha sido designado el de Temer, sería que éste no propiciaría su candidatura presidencial. Con muy pocos dispuestos a apostar por un improbable retorno de Dilma Rousseff al cabo del juicio de responsabilidades en el Senado, no sería sorprendente que Serra acabe catapultado hacia la presidencia en las eventuales elecciones de fines de 2018.
Igual ocurrió con Cardozo. De Ministro de Itamar Franco, quien como vicepresidente asumió el mando con la renuncia del también enjuiciado Fernando Collor, Cardozo acabó electo presidente e implantó severas medidas económicas bajo cuyo signo aún se maneja Brasil.
En las horas siguientes a la asunción temporal de Temer, se especulaba sobre medidas austeras “a-la-Paz-Estenssoro” que el gobierno se propondría ejecutar para revivir la economía del gigante sudamericano.
No había duda entre los observadores que el tambaleante equilibrio geopolítico regional ha tenido un nuevo desplazamiento. Con el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, el cuadro de la región cambió. A eso siguió el revés aplastante de Maduro en las elecciones legislativas de diciembre, seguido por la derrota de Evo Morales en el referéndum del 21 de febrero, en el que esperaba apuntalar la aspiración para una nueva reelección que le habría dado la oportunidad de cumplir dos décadas en la presidencia.
Con el ecuatoriano Rafael Correa de partida y sin pretensiones reeleccionistas, el espacio geopolítico de Morales y Maduro luce asfixiante. Una apuesta abultada entre las cancillerías de la región es si lograrán capear la tormenta.
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