Historia
El 28 de abril de 1832 Fernando VII sustituía la horca por esta forma de ajusticiamiento señalando con este “beneficio” el reciente cumpleaños de la reina.
“Deseando conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital”, Fernando VII firmaba el 28 de abril de 1832 la abolición en España de la pena de muerte en la horca “mandando que en adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas del estado llano; en garrote vil la que castigue los delitos infamantes sin distinción de clase, y que subsista el garrote noble para los que correspondan a la de hijosdalgo”.
“El Deseado”, que dejó de serlo a su vuelta a España tras la Guerra de la Independencia, escogió esta fecha de abril queriendo “señalar con este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada Esposa”, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (nacida el 27 de abril de 1806).
El garrote consistía en una cuerda atada a un palo o una argolla de hierro que permitía al verdugo estrangular mediante un torniquete a la víctima, que podía estar sentada o de pie, aunque siempre atada a un poste o una silla adosada al poste, describe Eladio Romero García en su libro “Garrote vil” (Nowtilus). El reo moría por rotura del cuello o fractura de la columna cervical, “lo que esencialmente constituía una dislocación de la apófisis de la vértebra axis” que provocaba “el inmediato coma cerebral y consecuentemente el rápido fallecimiento”, según detalla el doctor en Historia.
El garrote ya había sido usado por la Inquisición como elemento de tortura o bien como método de ejecución antes de que el condenado fuera quemado en la hoguera, según se aprecia en el “Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán” pintado por Pedro Berruguete en torno a 1495.
“Nacido en el mundo romano o acaso antes, fue empleado en muchos países, incluida China (...), aunque al final donde más acabó arraigando fue en España y sus colonias”, relata Romero García, que resalta cómo “en aquellos tiempos siempre se consideró el garrote como una forma más humana de ejecución, frente a la lista de crueles maneras de matar que comenzaba con la hoguera y podía concluir con el descuartizamiento”.
Felipe V ya había aprobado en 1734 el garrote en lugar de la decapitación o el degüello para los nobles. “La horca, considerada infamante, quedaba reservada a los plebeyos” porque “morir sentado resultaba más digno que hacerlo suspendido en el aire”, destaca el autor de “Garrote vil”.
José Bonaparte fue el primero en establecer por decreto su uso como forma de ajusticiamiento única en España en 1809 y también las Cortes de Cádiz lo adoptaron en 1812, según el estudio sobre “La pena de garrote durante la Guerra de la Independencia” (2010) del profesor de Historia del Derecho José María Puyol. Fernando VII acabó con estas normas a su regreso a España y hasta 1832 no es-tableció definitivamente la pena de garrote como única pena capital con la firma de la Real Cédula.
El garrote noble exigía que el conde-nado fuera trasladado en caballería y con la cabeza descubierta, mientras que en el vil debía hacerse en burro y el reo iba al revés y con la cabeza cubierta. Aunque la denominación de “garrote vil” desapareció del Código Penal en 1848, pero el nombre pervivió entre la gente.
Pedro Oliver, en “La pena de muerte en España”, señala cómo “el garrote fue desde siempre entendido en España como un sencillo instrumento de ejecución, muy fácil de fabricar y sobre todo muy cómodo para ser transportado y guarda-do por los propios ejecutores de la justi-cia”.
Algunos verdugos como Nicomedes Méndez o Gregorio Mayoral se hicieron célebres en su profesión. A José Gonzá-lez Irigoyen se le atribuyen casi doscientas muertes aunque la última a los 80 años, la del soldado Juan Chinchorreta en 1893, resultó tan desagradable que fue expedientado y retirado del oficio.
“A mí me pueden venir sueltos o espo-sados, con la cara cubierta o descubier-ta..., me da igual. La cosa es rápida ha-ciéndolo bien (...). Se sientan, les pongo el asunto y ya no se mueven”, decía Vi-cente López Copete, que en 1954 aga-rrotó a Enrique Sánchez “el Mula”. Juan Eslava Galán relata en su libro “Verdugos y torturadores” que el condenado le dijo antes de la ejecución: “Tú con ese apa-rato matando y yo con mi pistola, nos hubiéramos quedado solos en España”.
Copete iba a ser el último verdugo español, ya que le correspondía ejecutar a Salvador Puig Antich en 1974, pero por esas fechas fue condenado por estupro. El anarquista catalán y el alemán Georg Michael Welzel, ejecutados el mismo día con escasos minutos de diferencia, fue-ron los últimos de una larga lista. La he-roína liberal Mariana Pineda, el bandido Luis Candelas, el cura Merino, el Saca-mantecas o Higinia Balaguer, autora del crimen de Fuencarraly la última ejecu-tada en público en Madrid, son algunos de los ajusticiados a garrote vil. Según Romero García, “resulta imposible cuan-tificar el número de ejecutados” a garrote vil en la España contemporánea debido a las numerosas guerras y conflictos vivi-dos. Revueltas liberales y absolutistas, carlismo, republicanismo, cantonalismo, revueltas sociales, Guerra Civil... incluso en las colonias de Cuba y Filipinas se utilizó. Aún hubo un condenado más en 1977, José Luis Cerveto, conocido como “el asesino de Pedralbes”, pero fue final-mente indultado.
Esta pena capital sería abolida definitivamente por la Constitución de 1978.
ARRIZABALAGA Madrid
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