Pedro Miguel Lamet
Bueno, parece sencillo. Nos arrojan aquí cualquier día y nos dicen: “¡Vive!” Y hay que aprenderlo todo desde cero: a caminar, a alimentarse, las primeras letras y números, y luego tantas cosas: desde ganarse la vida y luchar por subsistir hasta encontrarle un sentido, y sobre todo a amar, la lección más difícil y hermosa. Creo que fue Séneca el que dijo que “mientras se vive es necesario aprender a vivir”. Porque no salimos de la escuela hasta que morimos y durante el proceso, la mejor imagen de la vida es precisamente el camino o el viaje, que hay que inventar cada día.
También están los condicionantes: el país, el entorno, la religión, la clase social en que naces. Luego, el ejemplo y los consejos: “Serás como papa”; “mira a tu hermano qué bueno es”; “debes estudiar mucho para ganarlo bien y situarte en la vida”. Pero no todos los proyectos se cumplen. Uno se queda huérfano. A otro, la necesidad o las aficiones le hacen cambiar de dirección. El de más allá consigue ganar una quiniela o una herencia o triunfa profesionalmente. A nadie se le da una guía de carreteras o un GPS para orientarse en la vida; sencillamente porque el futuro es una incógnita llena de imprevistos y sorpresas. Como dice un amigo, porque “lo más seguro es que quién sabe”.
La índole del ser humano es ese “hacer camino al andar” machadiano, o como dice León Felipe: “Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen Dios”. O el destino, para aquellos que no creen.
Todo está en continuo cambio. ¿Cuál es pues el secreto del caminante? Aparte de caer en la cuenta de que hay que ser en la vida “romero”, “romero sólo que cruza por caminos nuevos”, lo importante no es tanto a dónde te lleven tus pies, ni el equipaje, ni a qué ciudad o pueblo te diriges, sino la luz interior del caminante. Ni si estoy aquí o allá, soy rico o pobre, guapo o feo, sano o enfermo, sino despertar a la verdad suprema y tomar conciencia de que en realidad nunca salí de casa, pues todo lo llevo dentro.
Se puede crecer con los acontecimientos que se cruzan en nuestro camino. Pero no te lleves a engaño. Quizás por el acento de superar e integrar los momentos negativos, podemos olvidar que la vida no es sólo una carrera de obstáculos, sino también un festín de colores, luces, encuentros, paisajes, personas y hallazgos positivos. Sobre todo si este viaje lo emprendemos disfrutando del momento presente, sin contaminaciones mentales del “yo pequeño”, olvidando el ayer y evitando pasarnos películas de un temeroso futuro que aún no ha llegado.
Cervantes, cuyo centenario celebramos, lo expresa con aquello de que “el camino es mejor que la posada”, y la gran Teresa, otro centenario recién celebrado: “Conózcase el que no encuentre camino, y lo encontrará”. Porque en definitiva no es tan importante el hatillo material o la valija, ni siquiera hacia dónde el camino vaya, sino el que camina en sí, pues donde quiera nos lleven los pasos, es a mí mismo al que llevo conmigo con ese yo interior, que llevamos dentro. Otra vez don Antonio: “Llegar, ¿quién piensa? Caminar importa, / sin que se extinga la bendita llama / del arte largo en nuestra vida corta”.
El autor es periodista. Director de la revista A Vivir.
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