ESPECIALES
Fernando Molina
Mariano Baptista es un hombre calmado y como hecho a las desazones de la vida o al menos eso aparenta. Sin embargo, uno de los dos rasgos que la definen como escritor es la impaciencia. El otro, complementario pero positivo, es la generosidad.
Encontramos entonces así a Mariano impaciente por compartir: Podríamos llamarlo el Papá Noel de los estudios bolivianos, que trae regalos a todos los niños que se portan bien y leen antes de acostarse –y después también–. Pero sus regalos no vienen manufacturados en Alemania, famosa por su originalidad y precisión, ni tampoco en China, célebre por hacer de nuevo lo que ya estaba hecho. Son regalos artesanales, elaborados con materiales genuinos, con madera y piedra sacadas del lugar, con pedazos de papel viejo. Este Papá Noel no puede esperar para que sea Navidad; él crea su propia Navidad, por ejemplo en junio, y si no ha concluido de fabricar todos los regalos, los lleva consigo tal como están. O reimprime un regalo antiguo, sin corregirlo ni ponerle un nuevo prólogo. “!No hay tiempo, es tarde, no hay tiempo, hay que leer!”, parece decir este Conejo mientras corre de una en otra presentación de los libros. Un Conejo claro está, vestido de Papá Noel.
UNIVERSO CREATIVO
Baptista comparte pronto y fácil con el público, lo que va descubriendo a lo largo de su impresionante trayectoria, como lector de literatura boliviana y relativa a Bolivia. No espera, como otros actores, a asimilar lo que encuentra en las bibliotecas y libros ajenos, a incorporarlo dentro de su propio universo creativo. No mastica prolijamente aquello que considera alimenticio. Prefiere reproducir directamente, en sus publicaciones, lo que le interesó o consideró valioso. Algunas de sus obras se convierten así, naturalmente, en complicaciones de materiales, tanto de primera como de segunda mano, sobre la historia, y en particular, la historia intelectual del país. Regalos maravillosos para quienes estamos interesados en estas materias y gracias a ellos, nos ahorramos el extensivo trabajo de investigación que, en nuestro nombre, generoso, realiza Baptista. Otras obras suyas son más personales, por ejemplo algunas biografías de autores nacionales, en las que sin embargo Baptista no ha hesitado de incluir, en medio del cuanto, larguísimas citas de propios y ajenos, citas de un tamaño que desaconsejaría cualquier manual de composición (o de derechos de autor, todo hay que decirlo, aunque esta prevención no valga entre nosotros; aquí lo único que le interesa a un escritor es que alguien dé señales de haber leído algo suyo, aunque se citándolo sin media ni clemencia).
LA PROLÍFICA IMPACIENCIA
Hace tiempo estuve influido por el comentario maledicente de quienes no quieren a Mariano Baptista y dicen que éste es un “Mago” –el apodo que heredó de su abuelo homónimo, el gran conservador y presidente del país, quien se lo ganara por su habilidad política– porque en lugar de escribir: “reúne” los libros. Luego tuve que escribir mis propios libros y en esta labor usé tanto a Baptista que ahora no pongo en duda sus cualidades mágicas. Papá Noel, Conejo Blanco y también Harry Potter de la literatura boliviana, que todo lo hace aparecer a tiempo, aunque sea imperfecto, pero a tiempo para que sobre ello los escritores nos encaramemos y entonces construyamos o deshagamos, y evitemos al menos repetir lo que ya existe hace mucho.
Un tiempo tuve la teoría de que Baptista citaba tanto porque no escribía bien. Luego comprobé que no es así que, aunque le sobran las comas, Baptista posee una prosa correcta y elocuente, con la que ha construido algunas escenas excelentes a lo largo de sus libros; escenas en parte ficticias, claro está, porque esto siempre ocurre cuando la historia deja de ser meramente referencial y procura volverse reconstructiva, es decir, desea ir más allá de los puros y esquemáticos hechos, y entonces imagina. De estos pasajes, el que más recuerdo y probablemente me acompañará el resto de mis días fue uno que leí con los ojos del corazón, muy despiertos a la edad que tenían entonces, que era la increíble, es decir, la que hoy me maravilla haber tenido- de 17 a 18 años. En uno de sus libros más importantes, Ya fui el orgullo, su reportaje biográfico sobre Franz Tamayo, Baptista, intenta explicarse por qué el poeta, ensayista y político boliviano se separó de su primera esposa, una francesa con la que se había casado en Europa.
Puesto que carece de datos cierto sobre el episodio, imagina que una de las causas –que en efecto es muy probable– fue la pérdida de los dos hijos que la pareja concibió. Pero añade, quizá arbitrariamente, que la joven, seguramente se aburrió en La Paz de principios del siglo XX, en la que apenas había unas calles, las adyacentes a la plaza Murillo, que concordaban con la imagen de “civilización” que tenía un europeo de la época. Para reforzar su punto, Baptista describe la forma en que los viajeros de ultramar llegaban entonces a esta capital, atravesando el lago Titicaca en pequeños barcos y ya sobre tierra, trasladándose por días y días en “birlochos”, que eran carruajes tirados por mulas. Compone así una estampa muy convincente del pasado, que se hace conmovedora cuando informa de sus esfuerzos de Franz para distraer a su mujer y conseguirle amigos europeos, estableciendo en su casa una tertulia dominical con los cónsules de Francia e Inglaterra. Esto último pudo haberse debido a la abnegación de Franz y al aburrimiento de su señora, o a otras razones, pero aporta una nota patética a la narración que Baptista, arbitraría y al mismo tiempo muy exactamente, cierra con dos poemas de Tamayo, hermosos como muchos de los suyos, sobre la pérdida amorosa.
Si eso puede hacer Baptista, ¿por qué no lo hace más a menudo? mi teoría es la siguiente:
El famoso novelista japonés Haruki Marakami, que es maratonista y tiene un libro en el que compara la escritura y el jogging (De qué hablo cuando hablo de correr), clasifica a los escritores igual que a los corredores; así, para él hay escritores velocistas, de poco fuelle, y escritores fondistas, que como Murakami pueden despacharse una novela de 600 páginas por año. Mi tesis es que Baptista es un velocista, porque el “tamaño” ideal en el que se expresa es el artículo. No olvidemos que durante toda su vida ha trabajado como periodista. Confirma esta tesis el que sus libros de ensayos, tanto sobre educación como sobre otras materias, sean siempre colecciones de artículos y documentos. Sin embargo, por su personalidad “fue Papá Noel” de la que ya hablamos, la eterna aspiración de este escritor ha sido ser fondista. Más páginas son, finalmente, más regalos. Y simultáneamente, Baptista ha aspirado a ser prolífico. Por su papanoelismo, otra vez, y por impaciente, una vez más, pues solo los pacientes –y a veces los aburridos– se reducen a un solo tema, al lento trabajo de preparación de una o dos obras, quizá definitivas, pero también pocas y solitarias lógicamente, uno o dos tiros tienen menos probabilidades de dar en el blanco que muchos.
Esta ambición de producir con profusión se debe a la combinación de dos factores. El primero es la temática de Bautista, que es la divulgación cultural, y no la investigación académica (más adelante veremos el rechazo que siente nuestro autor por lo académico), y que por fuerza debe ser extensiva antes que intensiva.
Divulgar significa “hacer conocer”, y mientras más asuntos se difunden, más satisfacción es el trabajo. Por eso el mayor divulgador de nuestro tiempo, Isaac Asimov, se felicitaba efusivamente por haber sobrepasado los cien libros sobre toda clase de materias. Asimov, por cierto reconocía que esta satisfacción se originaba, en parte, en su gran ego. Baptista tiene más de 70 publicaciones, según señala él mismo.
Ahora bien, ¿qué hace uno cuando debe o quiere ser extensivo, pero al mismo tiempo no es un escritor “fondista”? Una opción es la de Baptista: entender “divulgación” no sólo como la traducción de materiales originales, pero complejos, a un lenguaje accesible al gran público, sino también como la distribución de los propios materiales originales y de entrevistas con sus autores, lo que claro está, solo tiene sentido en un país como Bolivia, en el que las instituciones culturales no funcionan y no cumplen estas labores. En efecto, aquí las bibliotecas no divulgan, a la manera de Baptista, cuando esta debería ser su principal responsabilidad. Y ni si quiera conservan adecuadamente los documentos fundamentales. Y los periódicos no sólo no entrevistan a los autores: ignoran quiénes son, al mismo tiempo que conocen e interactúan con el último politicastro de la última provincia del territorio nacional. Por último, la academia es para decirlo de manera suave, muy deficiente en su atención a la cultura y el arte nacionales.
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