La apacible vida paceña, allí por el año 1894, fue conmovida bruscamente con lo que cronistas de la época llegaron a llamar “La insurrección de las tocas, la rebelión de los velos y la sublevación de las palomas”. Nos referimos a la fuga de las monjas del Convento de las Concebidas de La Paz.
El periódico “El Comercio” de 20 de abril de 1894 se refiere al hecho con los siguientes comentarios:
“La sorpresa de ayer no cesa aún en los efectos populares, un acontecimiento de la magnitud moral que hemos presenciado. ¡Abrirse las puertas de un claustro sagrado donde se hallaban en religioso recogimiento y sujetas a votos solemnes, siendo el primero el aislamiento del mundo, correr esos trotes para dar paso violento y atropellado a mujeres que han jurado la misión ante el altar de consagrar todos su días al culto del eterno! Es suceso de tal magnitud que ocupará lugar en nuestros anales cubiertos siempre de sombras”.
Todo comenzó con la llegada del fraile español Mariano Martín Jimeno, el cual debía “visitar” a las monjas como confesor y consejero. Lejos de cumplir su sagrado mandado, el “padrecito” Jimeno se encargó de efectuar dentro del convento una labor revolucionaria, poniendo a sus confesadas contra los sacerdotes Babia y Chávez.
En vez de persuadirles, por medio de la dulzura y de los buenos consejos, a una obediencia ciega hacia sus capellanes, quiso divorciarlas inmediatamente de sus confesores y ellas se rebelaron contra el exigente visitador.
Cundió entonces el caos en el convento, 18 de las 21 monjas se alzaron contra el Reverendo Jimeno y ante la amenaza de excomunión decidieron abandonar su monasterio.
Una crónica de la época señala: “Ayer eran los alzamientos de cuartel, los pronunciamientos que sacaban del pudridero social a los mandones de la patria, los acontecimientos que nos galvanizan, hoy los soldados se hacen sumisos y obedientes, subordinados y fieles y son las monjas que juraron humildad, quienes en rudo contraste turban con una campanada de escándalo las anonadadoras armonías de la uniformidad en la existencia”.
Mariano Martín Jimeno, fraile español de bella figura y ojos profundos que impresionó a las monjas y novicias tratando de divorciarlas de sus confesores, obtuvo el apoyo inicial de 18 de las 21 monjas, para este efecto logró en forma secreta hacerse nombrar visitador apostólico, nombramiento que no fue aceptado por la Madre Abadesa Sor Matilde Varela y como en un golpe de estado, la revolucionaria monja fue destituida de sus funciones, habiéndose nombrado como superiora a Sor Mercedes Veintemillas y Vicaria a Sor Rosa García, excomulgando “ipso facto” a las rebeldes.
Ante esta actitud las monjas decidieron emprender la fuga, abriendo las puertas del recinto se lanzaron a la calle cual palomas asustadas, corrían por las calles en tropel seguidas de sus empleadas. Cabe recalcar que en esa época cada monja hacia su ingreso al claustro acompañada hasta de ocho mujeres asignadas por sus padres, las que huyeron junto a ellas. Llegaron al Palacio Episcopal a postrarse a los pies del Prelado Juan José Valdivia implorando justicia, desgraciadamente él no tuvo con ellas indulgencia.
Documentación de la época nos muestra que al huir, Sor Genoveva Carrión fue la encargada de llevar consigo la imagen del Señor del Gran Poder, el cual sin desearlo se convirtió en aliado y estandarte de las sublevadas.
Debió pasar mucho tiempo para que la histórica acción fuera olvidada, las críticas fueron terribles, los periódicos se estrellaron contra ellas de un modo despiadado.
El periódico “El Comercio” de 20 de abril de 1894, al referirse a la rebelde Abadesa Sor Matilde Varela y a sus cómplices dice: “Abandonaron el claustro violando sus votos, por lo cual ya no pertenecen a la escogida grey que sacrifica los mundanales placeres en aras del cultivo divino”.
Todas fueron excomulgadas por el Delegado Apostólico. Algunas de las fugitivas, como Sor Leona Sainz, Balbina Pasaman, Plácida Camacho y Carlota Rodas, regresaron al Convento, las novicias Daria Media y María Fernández se recogieron a casa de sus familias. Sor Fortunata Valdivia perdió la razón.
El único fugitivo que jamás volvió al claustro fue el Señor del Gran Poder. Después de su aventura se convirtió en un paseandero y fiestero empedernido que ambulaba de casa en casa, hasta señalar su domicilio en el templo de la calle Antonio Gallardo, no contento con eso, anualmente se hace llevar por las calles paceñas rodeado de cantidades de comparsas de bailarines en el día de la Santísima Trinidad.
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