ESPECIALES
Fernando Molina (Segunda y última parte)
En la primera parte de este texto, registrado en esta misma página, en la edición de ayer de EL DIARIO, Fernando Molina, de ilustre y reconocida trayectoria como periodista y escritor, justificó el título de su ensayo sobre el prolífico e infatigable escritor y periodista, o si se quiere a la inversa, porque en ambos campos tiene logrado un lugar preminente, diciendo que “Este Papá Noel no puede esperar para que sea Navidad; él crea su propia Navidad, por ejemplo en junio, y si no ha concluido de fabricar todos los regalos, los lleva consigo tal como están. O reimprime un regalo antiguo, sin corregirlo ni ponerle un nuevo prólogo. “!No hay tiempo, es tarde, no hay tiempo, hay que leer!”, parece decir este Conejo, mientras corre de una en otra presentación de libros. Un Conejo, claro está, vestido de Papá Noel!”
Así, en cierto tono de humor, pero a la vez con una buena dosis de profundidad, incide en los apremios que se impone Baptista, por sí mismo, para escribir y presentar libros suyos o reediciones de obras y autores que merecen permanecer en la memoria de todas las generaciones de bolivianos, por la trascendencia histórica que tienen, ya sea en el plano estrictamente literario, o en el testimonial del acontecer pasado de la patria.
Acerca de ello, Molina anota también que son “regalos maravillosos para quienes estamos interesados en estas materias y, gracias a ellos, nos ahorramos el extensivo trabajo de investigación que, en nuestro nombre, generoso, realiza Baptista”.
Con estas breves menciones previas, el lector tiene ahora la oportunidad de completar su conocimiento sobre lo que escribe Molina en torno a la inmensa e infatigable labor intelectual de Baptista. A modo de explicación, bien puede anotarse que hace mucho honor al sobrenombre que lo identifica popularmente de ‘Mago’. Pues, en efecto, de su mente esclarecida, lúcida y siempre inquieta, produce uno y otro libro, a tal punto que ni él mismo lleva la cuenta de todos. Solo predomina en él su afán de trabajar, día y noche, para estimular a los bolivianos a que lean, porque así crecerán en conocimientos y experiencias que no estuvieron a su alcance, pero que ‘Mago’ Baptista se las proporciona con la mayor dedicación y esmero, que únicamente es posible para un ser humano de su talla y calidad.
LA PUBLICACIÓN DE UN LIBRO
Uno de los factores, que explica el deseo de algunos autores de publicar muchos libros, son las condiciones de trabajo, y de reconocimiento del trabajo, que rodean a los escritores bolivianos. Si la publicación de un libro, no importa cuán popular sea, solo arroja unas pequeñas ganancias, es obvio que este escaso rendimiento puede compensarse, aunque limitadamente, con un mayor volumen de entregas. Por otra parte, si dado el bajísimo nivel educativo de todas las clases sociales, casi nadie en el país toma en cuenta la calidad de los escritores, lo que cuenta es la inserción de estos en el sistema de significaciones político – culturales, es decir, su coincidencia con las ideologías prevalecientes, su frecuente aparición en los medios y otros factores extraliterarios. Por esta razón resulta necesario que el escribir, para conservar cierta influencia, esté siempre en vigencia, lo que le exige un ritmo de publicación frenético.
Puede hallarse todas estas motivaciones en los más productivos escritores bolivianos, todos ellos, además, divulgadores culturales y pedagogos: Alipio Valencia Vega, Guillermo Francovich, Augusto Guzmán, Hernando Sanabria y Mariano Baptista. Un contraejemplo entre los divulgadores es Roberto Prudencio, quien quiso limitar su magisterio a la revista Kollasuyo y quizá por esto, hoy es el menos recordado de los citados nombres de la literatura nacional.
Hasta aquí hemos visto la influencia de las condiciones de trabajo, sobre la aparición de escritores prolíficos. Aquí digamos que también desempeñan un papel en ello las condiciones de reconocimiento del trabajo autoral. Condiciones que como se imaginarán los lectores, son muy precarias, porque el público no solo no sabe reconocer cuáles autores son más interesantes, sino porque ni siquiera ha oído hablar de ellos. En muchos casos, la fuerza de estos se desarrolla en una casi total oscuridad. ¿Cómo obtener reconocimiento, entonces? Con diversas estrategias extraliterarias de construcción del mismo, desde la busca de becas, de “pegas” y otras dádivas estatales, hasta el cultivo de relaciones afectuosas con los periodistas culturales, que entonces proyectan una imagen amplificada del autor que sabe cómo cortejarlos. Aquí no podemos detenernos en la descripción de estos mecanismos. Más libros son también más oportunidades de obtener reconocimiento estatal, periodístico y social.
SALVEMOS A BOLIVIA DE LA ESCUELA
Los académicos de la historia miran a Mariano Baptista por encima del hombro. No se trata de algo excepcional. Los ensayistas suelen incomodar a los profesionales de las materias que tocan, porque normalmente hablan de ellas con mayor originalidad y libertad que estos y tienen mucha más influencia sobre los lectores. Las obras de los especialistas en cambio, solo se consumen en los círculos de iniciados.
Hay ensayistas que se resienten de ello y aspiran a ser aceptados, pero la mayoría tienen una clara actitud antiacadémica. ¿Dónde situar a Baptista? Hoy la edad y el tamaño de su obra lo han puesto por encima de las peleas, pero en el pasado nuestro autor manifestó críticas feroces contra el sector de la academia con el que más relación tuvo a lo largo de su vida; el sistema escolar. Y los maestros le replicaron con odio y múltiples agresiones verbales.
Baptista fue ministro de Educación en tres ocasiones. Sus batallas por la transformación educativa quedaron registrados en sus libros de crítica a la escuela, cuyo talante puede resumirse en estos dos títulos: Salvemos a Bolivia de la escuela y La educación como forma de autodestrucción nacional. En ellos hace observaciones durísimas sobre el método y el contenido de la enseñanza pública y privada, que Baptista encuentra repetitiva, alienada, anticuada en cuanto a su concepción de lo que los estudiantes son y quieren y atrofiada por la lenidad y el desconocimiento de la mayoría de los maestros.
Entroncándose en la línea pedagógica nacionalista, que se remonta a su adorado Franz Tamayo, Baptista propone volcar la escuela “hacia adentro”, hacia el aprovechamiento y el estudio de la cultura nacional, de modo que los estudiantes dejen de memorizar datos sobre “los persas y los medas”, que seguramente olvidarán poco después, y aprendan a vivir y juzgar en su comunidad, valoren su tradición, se conviertan en seres capaces de actuar.
Estas ideas han sido adoptadas por el Estado, por lo menos técnicamente, en los 40 años que nos separan de esos libros. Sin embargo, sigue vigente la crítica de los mismos sobre la incompetencia de los estudiantes, que ahora salen bachilleres ignorando las cosas nacionales, como antes lo hacían ignorando las cosas internacionales. Pero siempre ignorando antes que sabiendo.
EL AMOR DEL LETRADO POR LA PATRIA
Podría escribirse muchas páginas acerca de la percepción de los escritores bolivianos sobre el país en el que les tocó actuar y sobre lo que implica su oficio en este contexto. Serían páginas amargas. Desde los primeros, entre ellos Gabriel René Moreno, Alcides Arguedas, Carlos Medinaceli, hasta los últimos y menos significativos, los escritores no hacen más que quejarse sobre este que es, en palabras de Mariano Baptista, un “erial de la cultura”, donde las corrientes políticas que hacen profesión de fe nacionalista y prometen dedicarse solamente y nada más que al país, desconocen sin embargo lo que Bolivia ha producido, construido, aprendido y vivido; no saben cuáles fueron y cuáles son los talentos que han elevado y adornado a la patria que dicen amar, no dedican tiempo ni recursos a la cultura. Y donde la razón para que los políticos actúen de esta forma es que la cultura no tiene ninguna significación para sus aspiraciones, ya que la población se las arregla para vivir tranquilamente en un lugar que se halla apartado casi por completo de ella. La mayoría de los bolivianos no tiene la costumbre de leer y solventa sus necesidades artísticas consumiendo bienes culturales extranjeros.
Uno de los pocos autores que no contribuye a esta corriente de indignación es el siempre entusiasta y dulce Ignacio Prudencio Bustillo, quien pese a la enfermedad que se lo llevó tempranamente y que lo convirtió en uno de los escritores con más mala suerte de los que tuvimos –junto con los que terminaron suicidándose por medio del alcohol o pegándose un tiro– nunca consideró a sus colegas víctimas de la incomprensión general, sino ejemplos de amor por el oficio que abrazaron y por la tierra en la que nacieron, a la que entregaban sus obras sin esperar recompensa alguna.
Son patriotas, en efecto, los escritores bolivianos, los que pese a todas las dificultades descritas y las que el lector puede imaginarse, los que pese a la pellejería económica, el silencio de la audiencia, la inexistencia de remuneraciones, la lucha entre camarillas culturales, la ignorancia del Estado y sus servidores dedican las mejores horas de su vida a escribir mensajes, ponerlos en botellas y echarlos al mar del tiempo, con la esperanza de que sean recibidos por las próximas generaciones.
¿Por qué lo hacen? Hay muchas razones, pero siempre está presente, al menos en quienes perseveran en esa “gama soldaría” de la que hablaba Moreno, el amor por Bolivia y su gente. Y más que amor enamoramiento, pasión, emoción incontenible, inexplicable, arrasadora, que todo lo devasta y en cuyas aras se sacrifica todo.
Uno de estos insignes bolivianos, un patriota comparable con los soldados que tantas veces marcharon a defender a las fronteras de nuestro país sin ninguna expectativa de éxito e incluso de retorno es el ‘Mago’ Baptista.
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